viernes, 9 de junio de 2017

CAPITULO 43




Aunque Clara había vuelto el día anterior a casa confiando en que su marido y ella estaban por fin en el camino adecuado para arreglar su matrimonio, seguía conservando las llaves de la casa de Paula.


Así que las utilizó.


Aquella mañana le había dado la noticia del asesinato del alcalde una vecina, pero hasta que Mauro no había vuelto del trabajo no se había enterado del resto de los rumores.


Paula Lina era una de las sospechosas. La habían detenido, pero Pedro Alfonso, su amante, la había ayudado a escapar.


Clara dudaba seriamente de lo de la fuga, puesto que el sheriff no salía en ningún momento de la comisaría, pero no le costaba nada imaginarse a Pedro sacando a Paula de allí.


—¿Estás segura de que no le importará que entremos en su casa? —preguntó Mauro.


—Claro que no —respondió ella, apretándole la mano con cariño—. Gracias por venir conmigo. No tenías por qué haberlo hecho.


Mauro le devolvió el gesto.


—Ya fui suficientemente estúpido como para creerme los rumores en una ocasión. No pienso cometer el mismo error por segunda vez —sacudió la cabeza disgustado—. No la conozco bien, pero estoy seguro de que no es una asesina.


Definitivamente, Mauro había cambiado su opinión sobre Paula no sólo por lo mal que se había sentido al dar crédito a los rumores sobre ella, sino gracias a Eva. Clara había oído a su hija diciéndole a Mauro que Paula le había dicho que era una de las niñas más afortunadas del mundo porque tenía un papá y una mamá que se querían mucho y que, además, la querían mucho a ella.


De esa manera, Paula se había ganado la lealtad de Mauro de por vida, cuando apenas se conocían.


—A Eva está empezando a gustarle la guardería —comentó Mauro mientras le pasaba el brazo por los hombros y la animaba a estrecharse contra él en el sofá—. Esta mañana quería ir allí en vez de a casa de tu madre.


—Courtney Foster —contestó Clara con aire ausente—. Eva se ha enterado de que tiene una Barbie del tamaño de una niña y está muriéndose de ganas de que la invite a su casa para jugar con ella.


—Nuestra hija es un auténtico diablillo —dijo Mauro riendo.


—¿Y tienes algún problema al respecto?


—En absoluto. Porque sucede que me encantan los demonios.


—Me alegro de que por fin te hayas acordado.


—Jamás lo he olvidado —la contradijo él, y la besó—. ¿Entonces eres de esa clase de chicas malas que dejan que los hombres se aprovechen de ellas en los sofás de las casas de sus amigas?


Clara asintió riendo y le dio otro beso. Los dos días anteriores habían sido mágicos. Le habían hecho recordar los motivos por los que se había enamorado de aquel hombre. Una vez superados los malentendidos sobre su matrimonio, y su vida sexual, ambos estaban haciendo todo lo que estaba en su mano para que su relación funcionara tanto fuera del dormitorio como dentro de él.


Pero antes de que hubieran podido hacer nada más que intercambiar unas cuantas palabras, oyeron que se detenía un coche en la puerta. Se separaron inmediatamente, como dos adolescentes a los que acabaran de descubrir sus padres. Clara miró a su marido a los ojos y se echó a reír. 


Pero de pronto se sintió mal por estar tan contenta en un momento en el que había tantas personas en Joyful pasándolo mal. Como Paula, por ejemplo.


Al oír pasos fuera, Clara se levantó, esperando que entrara su amiga. Pero sonó el timbre de la puerta. Y cuando fue a abrir se encontró con otra sorpresa.


—¿Nico? No sabía que todavía estabas en Joyful.


Un malhumorado Nicolas entró en la casa sin esperar invitación. Por supuesto, Clara no tenía derecho a decir nada, puesto que tampoco era su casa.


—Me había ido esta mañana, pero estaba a medio camino cuando mi madre me ha llamado para contarme lo que ocurría y he venido rápidamente hacia aquí. ¿Dónde están Paula y Pedro?


—No lo sé. Estamos esperándoles —contestó Clara.


Después de presentarle a su marido, Clara volvió a sentarse. Nico se sentó cerca de la puerta y le pidió:
—Cuéntame todo lo que sepas sobre el asesinato.


—No sé gran cosa. Sólo que esta mañana Cora Dillon encontró al alcalde muerto en su despacho. Asesinado, aunque no sé cómo. Y Paula apareció varios minutos después.


—¿Y Daniela?


—No sé, no he oído nada de ella.


—¿No ha ido a trabajar esta mañana?


—No tengo ni idea. ¿Has intentado localizarla?


—Sí, he ido a su casa, pero no está allí —musitó algo para sí.


Clara no le entendió muy bien, pero le pareció entender que decía algo así como que Daniela debía estar desolada.


Cualquier otra mujer a cuyo jefe hubieran matado de forma tan violenta lo estaría, pensó. Pero por lo menos no había sido ella la que se había quedado con su peluquín en la mano.


—¿Vais a quedaros a esperarlos? —preguntó Nico, levantándose como si sus piernas no soportaran aquella inactividad.


Mauro asintió.


—Sí, y yo voy a quedarme con ella.


—Estupendo. Cuando lleguen Paula y Pedro, dile a mi hermano que me llame al móvil —sacó su cartera y dejó una tarjeta encima de la mesa.


Cuando abrió la cartera, Clara vio la placa que guardaba en su interior. Así que lo que se contaba sobre el pequeño de los Alfonso era cierto. Nico, el tipo que en una ocasión había llegado a pelearse con medio equipo de fútbol del instituto de Bradenton, pelea que, por cierto, había ganado, era policía. 


Uno nunca dejaba de asombrarse.


Nico caminó hacia la puerta con paso enérgico. Así como su hermano era un hombre de sonrisa un tanto chulesca, que derrochaba una sensualidad que hacía que cualquier mujer estuviera dispuesta a desnudarse delante de él, Nico desprendía una peligrosa energía que hacía derretirse a las mujeres.


Pero Clara prefería a los hombres tiernos y románticos como su marido, capaces de hacer el amor con ella durante horas.


Que los chicos malos se los quedaran las mujeres como Paula, a las que tanto parecían gustarles.


—¿Adónde vas? —le preguntó. Nico la miró por encima del hombro y contestó:
—A buscar a Cora Dillon —apretó la barbilla—, y a mi ex esposa.



****

Aunque no había nada que le hubiera gustado más que pasar el día entero haciendo el amor con Paula en las sombras del cenador, Pedro sabía que no podía. Y no sólo porque al cabo de un rato habría llegado a ser bastante incómodo, sino porque tenía trabajo que hacer.


Aun así, era tentador. Sobre todo, después de su conversación. Paula le había deseado durante todo aquel tiempo. Él no era el único que había sentido algo especial el día del baile del instituto, y tampoco le había quitado nada a su hermano.


Después de diez años de dudas, por fin podía relajarse con el convencimiento de que no había imaginado nada de lo que habían compartido aquella noche.


Lo cual le hacía preguntarse si tampoco habría imaginado sus verdaderos sentimientos de entonces. Para él, lo que sentía por Paulaa había sido algo muy confuso desde el primer momento. Por eso le había resultado fácil convencerse a sí mismo de que no sentía nada, salvo deseo, por ella. A pesar de que, en el fondo, sabía que no era así.


Aunque nunca se había creído capaz de un sentimiento tan noble, diez años atrás, había estado enamorado de ella.


Todavía lo estaba. Aunque aquél no fuera el momento para hablar sobre ello. Habían superado un momento difícil en su relación, pero todavía les esperaban muchos obstáculos en el camino. Entre ellos, la posibilidad de que a Paula la acusaran de asesinato


Mientras la llevaba a su casa, le puso al tanto de sus planes.


—Tengo que llamar a la policía del estado, porque este caso sobrepasa las competencias de Brady. Por supuesto, también hay que tener en cuenta que él en este caso no será parcial.


—¿Ah, no?


Pedro tensó la barbilla y le contó parte de la sórdida historia que Nico le había contado el otro día.


—Dios mío, ¿quieres decir que Daniela tuvo una aventura con Jimbo?


Pedro asintió, pero no mencionó siquiera la posibilidad de que Jimbo pudiera ser el verdadero padre de Joaquin. Por el bien del niño, además, esperaba que no lo fuera.


—¿El sheriff lo sabe?


—Me temo que no —pero seguramente, pronto lo averiguaría.


—Y está también tu propia imparcialidad —musitó Paula preocupada.


Pedro esperaba ya aquella pregunta.


—Si el sheriff consigue convencer a la policía del estado de que eres sospechosa, tendré que apartarme del caso.


—¿Pero crees que llegaremos hasta ese punto?


—No, por Dios —respondió. Le tomó la mano mientras entraban con el coche en su calle—. Una cosa así... Bueno, la verdad es que no había habido un asesinato en Joyful desde hace mucho tiempo. Yo creo que ha sido un crimen pasional, lo que significa que o bien habrá una confesión en breve o se encontrarán pruebas suficientes como para incriminar al asesino. En cuanto empiece a investigar la policía del estado, aparecerá el culpable. O, por lo menos, eso esperaba.


En parte, le habría gustado que su hermano no se hubiera ido aquella mañana. No le habría importado nada que fuera él el que se hiciera cargo de la investigación. Quizá mereciera la pena hacerle alguna llamada, para ver qué se le ocurría a él.


No conseguía quitarse de la cabeza la conversación que había tenido con su hermano. Porque, después de lo que Nico le había revelado sobre Jimbo, demostraba que había sido un auténtico canalla. Si había engañado a Paula y había seducido a Daniela, ¿quién sabía de qué más habría sido capaz? Por supuesto, no se merecía haber terminado muriendo como un vampiro, pero aun así, no podía decirse que el mundo fuera a ser un lugar peor por la ausencia de Jimbo Boyd.


Recordó entonces que alguien había escuchado su conversación con Nico y decidió que tenía que confirmar que Daniel Brady había ido a la conferencia del martes.


—¿Esperas compañía? —le preguntó a Paula cuando vio un coche aparcado en la puerta de su casa.


—Es el coche de Clara. Seguramente ha venido para saber si estoy bien.


Pedro la acompañó a casa y le sorprendió encontrarse al marido de Clara esperando allí también. Los dos estaban sentados en el sofá, muy juntos. Al verlos, no pudo menos que sonreír.


Clara se levantó para abrazar a Paula. Mauro también se levantó y contempló la escena con las manos en los bolsillos.


En cuanto terminaron de abrazarse, Clara le quitó a Paula una hoja seca del pelo.


—Vaya, si pensabais ir al cenador, por lo menos podrías haberte llevado una manta.


Pedro tosió y Paula se puso roja como un tomate.


—Clara siempre insiste en que la llevemos —intervino Mauro, diciéndole a su esposa con la mirada que se callara.


En aquella ocasión, fue ella la que se sonrojó.


—Vaya, así que el cenador no es nuestro lugar secreto —comentó Paula.


—Odio tener que revelaros esto —contesto Clara—, pero lo inaugurasteis como lugar de encuentro para amantes el día del baile.


Pedro agradeció inmensamente no haberlo sabido antes de ir allí.


—Pedro —dijo Mauro, tendiéndole la tarjeta que había dejado Nico—. Tu hermano ha pasado hace un rato por aquí. Quiere que le llames al móvil.


—¿Todavía estaba en Joyful?


Clara negó con la cabeza.


—No, lo llamó tu madre y dio media vuelta.


—Estupendo —musitó mientras pensaba en lo concienzudo que seguramente sería su hermano como policía— , nos será de gran ayuda.


Entones Clara miró a Paula, mordiéndose el labio. Parecía avergonzada.


—Tú también tenías una llamada. No pretendía entrometerme en tus cosas, pero he conectado el contestador por si acaso era algo... importante —suspiró.


—¿Y quién era?


Clara no miró a Pedro mientras le contestaba:


—Alguien de una empresa llamada Pierce Watson. Habían recibido tu curriculum y quieren reunirse contigo.


Pedro se tensó al instante.


—Es una de las principales agencias de bolsa de Manhattan —musitó Paula con la voz apagada.


Una agencia bursátil. Un curriculum. Eso significaba que Paula iba a volver a Nueva York. Sin pensar siquiera lo que decía, Pedro le espetó:
—No puedes marcharte.


Paula se volvió bruscamente hacia él. Pedro no sabía qué le había sorprendido más, si sus palabras o su tono de enfado. 


La verdad era que tampoco podía decir qué era lo que más le había extrañado a él. Lo único que sabía era que aquella respuesta nacía de lo más profundo de su ser y del miedo a que Paula desapareciera de nuevo de su vida.
—No puedo, ¿eh?


—Lo que quiero decir —respondió en un tono que no revelaba la crudeza de sus sentimientos—, es que si eres sospechosa de asesinato no puedes irte de Joyful, Paula. No se vería bien.


Paula asintió lentamente, escrutando su rostro como si esperara que dijera algo más.


Pero Pedro no lo dijo. No podía. Porque no sabía qué decir.


Le salvó el sonido del teléfono. El agudo timbre sonó tres veces antes de que Paula fuera capaz de apartar la mirada de su rostro para ir a contestar.


Pedro rezó en silencio para que no fuera una oferta de trabajo. No quería que recibiera ninguna oferta hasta que él fuera capaz de decidir cómo iba a poder conservarla en su vida.


—Hola, Doris —dijo Paula sorprendida por aquella llamada.


Pedro, Clara y Mauro se acercaron a ella para escuchar la conversación. Estaban atentos a cualquier muestra de preocupación en la expresión de Paula.


—¿Entonces quieres que vaya a trabajar? —preguntó Paula—. Imaginaba que no... no. Lo siento, pensé que no querrías que fuera. Sí, claro, iré para allí. Dame media hora.


Cuando colgó, tenía en los labios una sonrisa. Por un momento al menos, había olvidado la difícil conversación que estaban manteniendo antes de que sonara el teléfono.


—Era Doris. Me ha dicho que el sheriff es un imbécil y que tengo que ir a trabajar —sonrió de oreja a oreja—. También me ha ordenado que lleve la calculadora, y una tarta.


Pedro le gustó ver desaparecer de su rostro el ceño de preocupación. Así que, después de una corta conversación con Clara y con Mauro, insistió en acercarla a su coche y en seguirla después hasta la peluquería. Cuando llegaron allí, entró con ella, rodeándole los hombros con el brazo para asegurarse de que todo el mundo comprendiera el mensaje.


Era suya y estaba dispuesto a apoyarla.


Pero Doris lo despachó rápidamente.


—Largo de aquí, muchacho, tenemos muchas preguntas que hacerle a tu chica.


Pedro se tensó, preguntándose si Doris y aquel puñado de mujeres pretenderían empezar a hacer preguntas morbosas sobre el asesinato de Jimbo.


—Paula, Mary-Anne dice que han comentado algo en las noticias sobre la subida de las acciones de una empresa informática —dijo Doris mientras continuaba quitándole los rulos a Mary-Anne Tucker.


Pedro estuvo a punto de echarse a reír mientras Paula contestaba. Ésta apenas se detuvo para darle un beso rápido en la mejilla antes de agarrar una bata y comenzar a hablar de cuestiones como beneficios trimestrales, predicciones e impuestos a aquellas atentas mujeres.


Convencido de que la dejaba entre amigas, se marchó, deseando que su próxima parada fuera tan agradable como aquélla. Aunque sospechaba que no iba a serlo.


Porque tenía que localizar a Daniela.



****


Paula jamás habría imaginado que podría haber algo que la ayudara a olvidar el horror de aquella mañana o la perfección de las horas pasadas con Pedro. Pero durante la hora siguiente, las mujeres del salón de belleza consiguieron hacer exactamente eso.


—Señora Alfonso, pero si estuvo el martes aquí. No me irá a decir que necesita otro corte de pelo —dijo Paula cuando vio a la madre de Pedro en la peluquería.


Juana Alfonso era una mujer pequeña que parecía haber rejuvenecido tras la muerte de su marido.


—Pues sí. No sé si me convence mucho llevarlo así.


Paula arqueó una ceja y miró a la señora Alfonso, que llevaba el pelo bastante corto, con un estilo que la favorecía.


—No hace falta que se corte el pelo para pedirme asesoría financiera.


—Cariño —dijo Susie, una de las peluqueras a las que Paula había conocido el martes—. Hoy no han venido aquí para que las asesores.


—Han venido para mostrarte su apoyo —intervino Doris.


Paula se quedó boquiabierta. Miró a su alrededor y vio a dos mujeres cortándose el pelo y a otras dos esperando. Todas ellas la miraron a su vez con expresión de cariño y diversión.


—Entonces...


—Este pueblo ya te hizo suficiente daño cuando llegaste. Ninguna de nosotras cree que seas capaz de matar a nadie —le aclaró Juana Alfonso.


—Aunque ese hombre se lo mereciera —añadió otra voz.


Era Mona Harding, la mujer que había conocido en la peluquería y con la que había coincidido en casa de Jimbo. Acababa de entrar en la peluquería y se dirigía hacia Paula a grandes zancadas.


—No te oí amenazarle, aunque si yo hubiera estado en tu lugar, sospechando lo que tú sospechabas, habría entrado armada y preparada para cualquier locura.


Todas las mujeres que había en la peluquería fijaron su atención en la señora Harding.


—Gracias, quizá debería decírselo al sheriff.


Mona asintió.


—Ya se lo he dicho —bajó un poco la voz y añadió—: Y me ha confesado algo —al ver la mirada de sorpresa de Paula, le aclaró—: No, él no pensaba que anduviera metido en nada ilegal. Jimbo le convenció de que tu abuela había firmado el contrato y estaba de acuerdo en todo, pero había muerto justo antes de que pudiera terminar de cerrar el trato.


Paula sospechaba que eso no era cierto, pero no lo discutió.


—Pensaba que tú nunca volverías al pueblo, así que ayudó a Jimbo con el cambio de escrituras.


La habitación permanecía en completo silencio.


—Entonces, el sheriff ha confesado que hizo algo ilegal —dijo Paula.


La mujer asintió.


—Tendrá que firmar la renuncia y dar la cara por lo que ha hecho —puso los brazos en jarras y alzó la barbilla con expresión desafiante—. Y yo estaré de su lado, porque ha comenzado a ver las cosas de manera diferente. ¿Sabéis que ese canalla de Jimbo había despedido a Daniela ayer por la noche? El muy sinvergüenza.


Paula arqueó las cejas, especialmente por lo que sabía de la relación entre Daniela y Jimbo.


—Es un sinvergüenza, sí.


—Daniel estaba furioso.


Paula podía imaginárselo. Y aquel comentario despertó inmediatamente en ella una sospecha: ¿hasta qué punto estaría furioso Daniel?


—Ahora está con su hija. La pobre chica estaba en el coche, en el aparcamiento de la comisaría, y no podía dejar de llorar.


A Paula no le gustaba Daniela, nunca le había gustado. Pero compadecía a aquella mujer a la que Jimbo había utilizado. Imaginársela en el coche, siendo incapaz de salir mientras lloraba por un hombre que no merecía ni una sola de sus lágrimas, la conmovió más de lo que nunca habría esperado.


—Bueno —le dijo a Mona—. Gracias por tu apoyo, y por haber venido para contarme lo que sabías. No tenías por qué haberlo hecho y te lo agradezco.


Pero mientras hablaba, una parte de ella se preguntaba por los motivos de la actitud de Mona. No sólo le intrigaba el hecho de que estuviera dando la cara por su novio, sino también que le hubiera confesado la verdad en público.


—Era lo menos que podía hacer. Al fin y al cabo, me siento responsable de lo que le sucedió con la propiedad de tu abuela.


—¿Por qué? Los únicos responsables fueron Jimbo y MLH Enterprises.


Oh, oh. En ese momento, se le ocurrió otra posibilidad.


A los labios de Mona asomó una sonrisa.


—¿Alguna vez te he dicho mi nombre completo? Me llamo Mona Lisa Harding.


Algunas de las mujeres rieron disimuladamente al oír un nombre tan extravagante, pensando quizá que le iba que ni pintado a aquella mujer. Paula fue la única que comprendió lo que eso quería decir.


Mona Lisa Harding. MLH Enterprises. En persona.


—Ahora lo comprendo —musitó Paula.


—No creo que nadie más lo entienda —dijo Mona con suspiro exagerado—. Porque lo que estoy diciendo, es que yo soy la propietaria de Joyful Interludes.


Todas las mujeres que había en la peluquería se quedaron mirando de hito en hito a Mona.


—Me gusta este lugar —dijo Mona encogiéndose de hombros—, y tengo dinero. Quería abrir un negocio, algo que invitara a toda la gente que pasa por la autopista a tomar este desvío. Pensé que a lo mejor incluso se animarían a conocer Joyful.


Lo que se animarían a conocer era a bailarinas desnudas. 
Pero Paula no discutió los motivos de Mona que, por su parte, parecía plenamente convencida de que eran legítimos.


—¿Y qué papel juega la propiedad de mi abuela en todo eso?


—Me reuní con Jimbo, que me sugirió algunas propiedades que podían ser convenientes para el tipo de establecimiento que tenía en mente.


—¿Qué establecimiento? —preguntó alguien desde la entrada.


—Está hablando de ese club de alterne —gritó una de las mujeres que estaba en la zona de espera. Miró después a Mona—. Lo siento, pero es que es un poco dura de oído. Continúa.


Con los ojos brillando de diversión, Mona dijo:
—Cuando vi el terreno de tu abuela, me encantó la idea de construir el club en medio de un lugar tan hermoso, dejando la mayor parte de los árboles intactos.


Por supuesto, eso no había sido así, pero Paula no iba a discutirlo.


—Jimbo se encargó de todo. Me dijo que la propietaria había aceptado la oferta y que él se encargaría de cerrar el contrato, así que yo no tenía que preocuparme de nada —Mona sacudió la cabeza con gesto de arrepentimiento—. La primera vez que oí que Paulina era la propietaria de la tierra que había comprado, fue aquí, en esta peluquería. Me pregunté entonces si sería cierta toda la información que hasta entonces tenía, porque, aunque no conocía muy bien a tu abuela, me costaba creer que hubiera estado dispuesta vender la tierra. Evidentemente, ya era demasiado tarde para preguntárselo y Jimbo juraba y perjuraba que era cierto.


—El muy canalla —musitó Paula, incapaz de evitarlo.


Todo el mundo permanecía en silencio, intentando asimilar las palabras de Mona. Paula pensaba sobre todo en Jimbo y en su arboleda. Imaginaba que las demás habían olvidado rápidamente esos asuntos y estarían buscando la mejor manera de preguntarle a la señora Harding que si había hecho de verdad o no películas porno. Y si le había gustado. 


Y si los senos de la valla publicitaria eran suyos.


A juzgar por el busto generoso de aquella mujer, Paula sospechaba que podrían serlo... o que podrían haberlo sido en otro tiempo.


—Entonces —dijo Doris por fin—, ¿qué significa todo esto? ¿Se abrirá Joyful Interludes o no?


Mona y Paula se miraron la una a la otra. Las implicaciones legales eran evidentes. Con la información que Mona acababa de darles, Paula podía demostrar que era la propietaria legítima del terreno en el que Mona estaba
construyendo el club. Aunque no fuera abogada, por lo que sabía, cualquier edificación pertenecía al propietario del terreno.


Los ojos sospechosamente brillantes de Mona le indicaron que también ella había llegado a esa conclusión. Al darse cuenta de lo mucho que podría llegar a perder aquella mujer, a Paula le entraron ganas de tomarle la mano, pero no estaba segura de que pudiera apreciar ese gesto.


—Espero que el seguro de Jimbo cubra un caso como éste —dijo Mona por fin, alzando con orgullo la cabeza—. Invertí todos mis ahorros en ese lugar, y si tengo que denunciar a alguien por lo ocurrido, lo haré.


Paula quería llorar por aquella mujer a la que Jimbo había engañado tanto como a ella.


—Señora Harding.


La señora Harding alzó entonces la mano.


—No tienes por qué decir nada. A las dos nos han utilizado —se volvió para mirar a las demás—. No era consciente de lo poco que le gustaría a la gente de aquí que se instalara un negocio... de esa clase. Así que estoy pensando que, si consigo que me devuelvan el dinero, quizá Bradenton sea un lugar mejor. Pero, de verdad, no pretendía hacer ningún daño a nadie.


Doris la tranquilizó inmediatamente y Susie se acercó a ella para darle un abrazo.


—A mí sí me gustaba ese negocio. De hecho, estaba pensando en pedir trabajo allí.


Mona la recorrió de pies a cabeza con la mirada.


—Pues podrías haberlo conseguido, cariño, tienes un buen cuerpo.


—Pero baila como el Ladrón de Tasmania —se burló Doris, aligerando rápidamente el ambiente. Y añadió—: ¿Sabes? A lo mejor puedes contestar una pregunta. ¿Es verdad que los tipos que las tienen más grande se desmayan cuando llegan al orgasmo porque toda la sangre pasa de la cabeza más grande a la más pequeña?


Mona no movió una pestaña.


—Pues sí, dicen que es verdad.


Se oyeron algunas risas disimuladas ante aquella respuesta. 


Entonces, Doris suspiró.
—De todas formas, no tendré que preocuparme. Porque Donald sólo se desmayaría si tuviera que durar más de noventa segundos. O si le obligara a apagar la televisión.


Aquella vez, las carcajadas fueron abiertas y ayudaron a aliviar la tensión.


Poco a poco, comenzaron a reanudarse las labores habituales de una peluquería. Mona, decidió que quería cambiar de imagen y adoptar una más acorde con el estatus de la viuda de un rey del porno y se sentó en uno de los sillones de la peluquería con la seguridad de que al menos ninguna de aquellas mujeres le daría la espalda.


Lo que allí había ocurrido, renovó la fe de Paula en la gente de Joyful


Aunque pretendía ponerse a trabajar, le costó concentrarse. 


Había algo que la inquietaba y no acertaba a explicitar lo que era. Mona le había dado muchas cosas en las que pensar, pero no era nada relacionado directamente con eso. Era algo más, algo que había comenzado a perfilarse en su cerebro cuando había empezado a pensar en Daniela.


Al final, consciente de que cuanto más se esforzara, más le costaría averiguarlo, se obligó a concentrarse en su trabajo.


—Señora Alfonso, ¿está preparada para un corte de pelo completamente innecesario o prefiere que le hagamos una permanente?


Pero la señora Alfonso no la estaba escuchando. Tenía la mirada fija en el vacío y movía los labios, aunque no estaba diciendo nada en voz alta. Después, sonrió y susurró un «ajá» de aquellos que normalmente acompañaban a una buena idea. Aquello despertó la curiosidad de Paula.


—¿Señora Alfonso?


—Creo —dijo Juanan Alfonso lentamente—, que se me ha ocurrido una posible solución —le palmeó el hombro a Paula—. Por supuesto, no podemos recuperar tus árboles, cariño. El terreno de tu abuela nunca volverá a ser lo que era, pero a lo mejor...


—¿En qué estás pensando exactamente? —la urgió Doris.


—Sí, por favor, explíquelo —añadió Paula.


Y Juana así lo hizo.