lunes, 29 de mayo de 2017

CAPITULO 5




Seguramente el mundo seguía girando, probablemente el reloj continuaba marcando los segundos y el sol no había dejado de brillar, y, definitivamente, los vecinos de Joyful continuarían alimentando rumores. Pero para Pedro Alfonso fue como si el tiempo se hubiera parado. Una década desapareció de pronto. Y se descubrió con la mirada clavada en un par de ojos de los que se había despedido para siempre, a pesar de que de vez en cuando aparecían en su cerebro.


—Hija de...


—Hola a ti también, Pedro —respondió ella con una tensa sonrisa.


Pedro no le devolvió el saludo.


—Así que —musitó, consciente de que Paula percibiría la dureza que reflejaba su voz—, Paula Lina Chaves ha hecho lo que juró que jamás haría: ha vuelto al infierno.


—Y me he encontrado con que el mismísimo demonio ha salido a recibirme —respondió Paula con una expresión no tan desenfadada como su tono de voz.


Pedro chasqueó la lengua.


—Continúas siendo tan descarada como siempre.


Paula desvió la mirada hacia la lata de salsa de tomate que llevaba Pedro entre las manos.


—Y tú continúas siendo un derrochador. No me lo digas, ¿tienes una cita esta noche? Dios mío, siempre has tenido mucho estilo con las mujeres.


Pedro recordó inmediatamente su última cita. Y cuando Paula desvió la mirada, comprendió que estaba deseando abofetearse por haber sacado el tema.


—Supongo que ahora mismo debería de ir a esa pradera que hay al lado de casa de Nelson para hacerte un ramo de flores silvestre.


La forma en la que Paula contuvo la respiración le indicó a Pedro que su puya había dado en el blanco. Y al ver el dolor que reflejaban sus ojos, se arrepintió de su comentario. 


Regresar a Joyful no debía haber sido fácil para Paula. 


No, después de la manera en la que se había marchado. O, mejor dicho, en la que había huido.


Aquella idea le ayudó a ignorar el momentáneo arrepentimiento.


—Tengo que irme —dijo Paula, pasando por delante de él.


El roce de su brazo bastó para que volviera a recorrerlo una oleada de calor. Y mientras permanecía frente a ella, viajó mentalmente al mundo de Paula Chaves, la joven dulce con los ojos de color caramelo. Sin previa advertencia, sus sentidos sufrieron el efecto de un torrente de recuerdos.


Del recuerdo de aquellos días tórridos del verano en los que casi le dolían los pulmones al tomar aire, sobre todo cuando la veía andar por la carretera con los pantalones cortos y la camiseta ajustada. Del recuerdo del sol arrancando chispas de aquella melena del color de la miel que se mecía al ritmo de sus pasos.


Y de aquella noche inolvidable. Las chicharras los acompañaban con sus cantos mientras ellos hablaban durante horas. La humedad de las lágrimas de Paula contra su cuello mientras despotricaba contra su hermano. Y después, su forma de recuperar el buen humor; se recordaba bromeando con ella hasta conseguir que esbozara una de aquellas sonrisas que marcaba los hoyuelos de sus mejillas y era capaz de detener su corazón adolescente.


Casi podía oír las notas de Garth Brooks saliendo de la radio mientras ellos bailaban bajo la luz de la luna. Casi podía oler la esencia de su pelo, un olor a limón y mandarinas dulce y ácido al mismo tiempo, como la propia Paula lo había sido siempre. Casi podía sentir el sabor a fresa de su brillo de labios.


Su cerebro dio un paso más, adentrándose en un territorio verdaderamente peligroso. Justo en aquel momento, bajo aquella luz intensa y rodeado de gente, oyó el eco de lo prohibido, el susurro sensual del satén de su vestido al caer al suelo. Y el murmullo con el que Paula repetía una y otra vez su nombre mientras él estaba enterrado dentro de ella, convencido de que iba a morir y a despertar en los brazos de un ángel.


—¿Pedro?


Pedro respingó al oírla, perdiendo la lata de tomate en el proceso. Ambos miraron hacia el suelo y Paula se apartó para evitar que la lata le destrozara los dedos de los pies. Pedro aprovechó aquel momento para recuperar la compostura.


Para cuando Paula volvió a alzar la mirada, tenía ya la situación bajo control y había enviado los recuerdos a las profundidades del subconsciente, donde debían estar, junto a otros recuerdos peligrosos de la adolescencia.


—Nos veremos por aquí, Paula —consiguió musitar.


Estaba convencido de que debía haber parecido casi normal. 


Casi cuerdo. Casi ajeno a aquel deseo de estrecharla en sus brazos y besarla, o de sacudirla por haberse ido. Y por haber vuelto. Porque en aquel momento, no sabía qué era lo que le enfadaba más.


Paula asintió y retrocedió, esquivando de nuevo la lata de tomate. Desgraciadamente, aquello no le evitó la caída. 


Porque dos segundos después de haberse movido, resbaló con algo y cayó al suelo.






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