viernes, 2 de junio de 2017
CAPITULO 18
—Cuéntamelo todo.
Paula arqueó las cejas mientras Clara agarraba a su hija de la mano y entraba en la casa.
—Creía que tenías que llevarla a clase de ballet.
Clara se encogió de hombros y se dejó caer en el mullido sofá de la habitación que la abuela siempre llamaba su jardín de invierno.
—Eso lo he dicho porque estabas con Pedro —se volvió hacia su hija—. Cariño, no te importa que hoy lleguemos tarde a clase de ballet, ¿verdad?
Eva negó con la cabeza.
—No quiero ir a clase de ballet —se mordió el labio y frunció el ceño mientras explicaba—: Courtney Foster me dio una patada con un zapato de claqué y me rompió la pierna.
Clara suspiró.
—Eva, eso fue hace un año, el día de tu primera clase.
Pero la niña continuaba frunciendo el ceño. Paula había visto a policías de Nueva York con un aspecto menos fiero.
—Además, no te rompió la pierna —continuó diciendo su madre—. Y fue un accidente —miró a Paula y elevó los ojos al cielo—, algo que no puedo decir del puñetazo que le diste a Courtney en la nariz.
Paula tuvo que morderse el labio para no soltar una carcajada. Al recordar la tendencia de Clara a abofetear a cualquiera que, según su criterio, se lo merecía, imaginó que aquélla era una prueba palpable del antiguo refrán: «de tal palo, tal astilla».
Aunque Paula no podía quejarse de aquel rasgo de Clara. Al fin y al cabo, había sido ella la que le había parado los pies a Daniela Brady durante la primera semana de instituto. Le había dicho a Paula que si ella era demasiado señorita como para ponerle un ojo morado a una chica que la llamaba «roba-hombres», ella no. Al final, la roba-hombres Paula, la camorrista Clara, y la bruja del instituto Daniela, habían recibido un castigo. Menuda manera de comenzar el instituto.
Dios, cuánto había echado de menos a Clara.
—Eh, Eva, hay unos donuts en la mesa —Paula señaló hacia la cocina—. Están allí. Si a tu madre no le importa, puedes ir a buscar uno.
Tenía la sensación de que a Eva no le preocupaba mucho que a su madre le importara o no, porque antes de que Clara hubiera podido asentir siquiera en señal de aprobación, la niña ya estaba corriendo por el pasillo.
—¡Pero no te manches los leotardos de azúcar!
En cuanto estuvieron a solas, Clara palmeó el sofá para que Paula se sentara a su lado.
—Vamos, siéntate y cuéntamelo todo. ¿Qué estaba haciendo Pedro aquí? Oh, Dios mío, tienes los labios rojos, ¿ha pasado algo entre vosotros? Por favor, dime que por lo menos te habías cepillado los dientes esta mañana. ¿Pero por qué no me has escrito en todo este tiempo? ¿Y de verdad has dejado que Pedro entrara en tu casa llevando tú esos pelos? ¿Cuándo te lo cortaste? Me encanta ese color. Pero empieza con lo de Pedro.
Paula estalló en carcajadas. Continuaba siendo la Clara de siempre... No había habido entre ellas ni un instante de vacilación, ninguna vergüenza, ninguna reserva. ¿Había vuelto a tener una amiga como aquélla, capaz de hacer desaparecer diez años de separación con una sonrisa y un abrazo? No, sinceramente, no.
Clara parecía más que dispuesta a recibirla con los brazos abiertos. A diferencia de Pedro, que probablemente sólo había agradecido su vuelta con la bragueta bajada, a juzgar por la loca pasión que se había desatado entre ellos diez minutos antes. La misma vieja historia de siempre.
—Con Pedro no ha pasado nada. Sabía que no tenía nada en casa, así que me ha traído unas cuantas cosas del supermercado.
Clara se cruzó de brazos.
—Sí, preservativos, esposas y ligaduras de seda.
—Oh, por favor.
—Por favor, nada. Recuerda que estás hablando conmigo. Y yo soy la única con la que te desahogabas por carta cuando te fuiste de aquí con el corazón roto.
—Mi corazón nunca tuvo nada que ver con lo que pasó con Pedro —dijo, intentando convencerse a sí misma—. Sólo mi libido.
—Mentirosa. Vamos, Paula Lina, ¿crees que no me acuerdo de cómo hablabas de él cada vez que regresaba de la universidad aquel año? A pesar de que estabas saliendo con Nico, era evidente que no era el Alfonso que en realidad te gustaba.
—Ésa es una historia pasada.
—Una oportunidad sin explorar.
Paula soltó un bufido burlón.
—Oh, claro que la exploré. Acuérdate de la noche del baile.
Clara contestó con una pícara sonrisa.
—¿Y eso es todo?
Paula negó con la cabeza, pero notaba cómo se coloreaban sus mejillas.
—Vaya, Paula, no llevas ni dieciocho horas aquí y ya te has acostado con el soltero más codiciado de Joyful.
—¡No nos hemos acostado! —y entonces reparó en el otro comentario de su amiga—. ¿Pedro es el soltero más codiciado de Joyful?
—Sí, cualquiera diría que las mujeres solteras de este pueblo no habían visto nunca un hombre —dijo Clara con un sonido de disgusto—. Es atractivo, está soltero, trabaja como abogado, trata bien a los pobres y puede hacerlo cinco veces en una noche.
—¿Qué?
Clara la señaló con el dedo índice.
—Ya te tengo.
—Ja, ja —Paula bajó la mirada hacia sus manos, intentando aparentar indiferencia—. ¿Pedro... está saliendo con alguien?
Clara tuvo la deferencia de no contestar con una sonrisa triunfal ante el evidente interés de Paula por la vida sentimental de Pedro.
—Hay algunas mujeres del pueblo que presumen de estar saliendo con él. Pero la verdad es que Pedro sigue solo. Creo que intenta alejarse deliberadamente de las devora-hombres de la zona. A pesar de lo que algunos podrían esperar, se le da bien evitar las trampas que le tienden las mujeres —elevó los ojos al cielo—. Pero te aseguro que se habla mucho de él.
Paula no pudo dejar de comentar:
—Y estoy segura de que también se sigue hablando de lo que ocurrió la noche del baile.
Clara asintió, le palmeó la mano compasiva y se levantó.
—Sí. Y con el tiempo te has convertido en la mujer que ha hecho de Pedro un soltero de por vida —le guiñó el ojo, llamó a Eva y se dirigió hacia la puerta—. Todo el mundo cree que le rompiste el corazón para vengarte de lo que te había hecho Nico y después te marchaste para siempre del pueblo.
Paula pensó sorprendida en las palabras de Clara. Todo el mundo pensaba que había herido a Pedro para vengarse de su hermano. Incluso para un lugar tan dado a los cotilleos, le parecía inusualmente cruel.
—Pero yo no...
—Lo sé, cariño. Aquella noche fui yo la que te llevó a tu casa, ¿recuerdas?
Por supuesto que se acordaba. Clara le había ayudado a ponerse el vestido rosa y la había ocultado de todas las miradas. Después de mandar al infierno a los chicos que la miraban embobados, le había pedido al chico que la había acompañado al baile que le diera las llaves del coche. Había llevado a Paula a casa y después se habían emborrachado con una botella de licor de moras que tenía la abuela Paula Lina en la despensa.
Paula todavía no soportaba el olor de aquel licor. Ni de las moras. Y jamás había dejado de querer a Clara.
—No te preocupes por eso —continuó Clara—. Has llegado en el momento ideal. Joyful tiene otro escándalo mucho más importante del que hablar. Últimamente los temas de conversación son los clubs de striptease y las actrices porno.
—¿Clubs de striptease? ¿Actrices porno?
Después de llamar a Eva otra vez, Clara asintió.
—Sí. Y he pensado en ti cada vez que alguien ha mencionado el club.
Paula arqueó una ceja.
—¿Y crees que me conviene saber por qué me has relacionado con el club?
—No te preocupes, cariño —dijo Clara—. Eres preciosa, pero todavía prefiero seguir jugando con hombres.
Sonriendo después de aquella aclaración, Paula la siguió a la puerta.
—¿Con hombres en plural?
—Muy bien, lo admito. Con un hombre en singular. Con mi marido —frunció ligeramente el ceño y susurró—: O, por lo menos, solía gustarme.
Para asombro de Paula, Clara se sonrojó. No podía recordar la última vez que había visto sonrojarse a su escandalosa amiga.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó.
—No importa. Estaba pensando en otra cosa.
A pesar de que sentía curiosidad, Paula tenía la sensación de que Clara no quería continuar la conversación. Y, por primera vez, se preguntó si irían las cosas bien en el matrimonio de su amiga.
—Estoy deseando conocer a tu marido —le dijo.
Cuando Clara apretó los labios, Paula supo que tenían algún problema. Y sabía también que Clara le hablaría de él cuando se sintiera preparada para hacerlo.
—Ahora —dijo—, volvamos a ese asunto del club.
Clara se relajó visiblemente.
—Ah, sí, el club. He pensado en ti por el lugar en el que lo van a construir. Ayer mismo pusieron la valla publicitaria. Hasta entonces, pensábamos que sería un restaurante o algo así —se echó a reír—. Menudo restaurante. No me imagino al alcalde Boyd o a la señora Davenport entrando allí y pidiendo unos pezones en salsa...
Paula suspiró, recordando la tendencia de su amiga a divagar y a salpicar la conversación con rodeos completamente irrelevantes.
—Continúo sin comprender por qué me asociabas con el club.
Clara volvió a llamar a su hija.
—¡Eva, te he dicho que vengas!
Un ruido sordo anunció la llegada de la niña.
—Lo siento —continuó Clara—. Pienso en ti porque lo están construyendo en el terreno que tenía tu abuela. ¿Te acuerdas de que solíamos ir allí por las noches después de los partidos de fútbol a encender hogueras? Dios mío, en una ocasión saltó una chispa que estuvo a punto de alcanzar uno de los nogales.
Paula posó la mano en el brazo de su amiga. No estaba segura de haberla entendido bien.
—¿Qué estás diciendo, Clara? ¿A qué terreno te refieres?
Clara gimió al ver a Eva, que parecía un pollo listo para freír.
Estaba completamente cubierta de aceite y harina.
—Cariño, ahora tendré que llevarte a casa a cambiarte.
—Clara —insistió Paula—, dime lo que has dicho del terreno de mi abuela.
Clara se volvió hacia Paula, advirtiendo por fin el desconcierto de su voz. Su sonrisa desapareció e inclinó la cabeza confundida.
—Sí, el terreno, donde estaban los nogales —bajó la voz—. Sabía el cariño que le tenías a ese lugar. Así que cuando me enteré de lo que estaba diciendo todo el mundo en el supermercado, supe que tú no podías ser la actr... bueno, la persona que estaba construyendo el club. Aunque tengo que admitir que no entendía por qué habías vendido ese terreno.
¿Vender? ¿Clara pensaba que había vendido lo único que quedaba de la antigua granja de su abuela? Paula tuvo que agarrarse al pomo de la puerta para sostenerse en pie.
—Por favor, Clara, explícame de qué estás hablando, porque no sé a qué te refieres.
Clara agarró a su hija, que parecía dispuesta a salir disparada hacia la cocina. Se la colocó en la cadera y la sujetó con fuerza en una silenciosa batalla de voluntades y codos.
—Bueno —contestó por fin—, ese club, Joyful Interludes se llama, lo están construyendo allí, en el que era el huerto de tu abuela —sacudió la cabeza con un gesto de compasión—. ¿No lo sabías, cariño? Han cortado casi todos los nogales
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