jueves, 1 de junio de 2017

CAPITULO 15




A Daniela no le gustaban los sábados. Si ya le resultaba difícil conseguir que alguien se quedara con el pequeño Pedro, perdón, con Joaquin, entre semana, durante el fin de semana era prácticamente imposible.


—Vamos, muchachito. Hora de marcharse —gritó, mirando el reloj.


Jimbo comprendía sus limitaciones como madre soltera y normalmente era flexible con ella. Sin embargo, aquel día estaba mostrándose especialmente insistente. Le había llamado la noche anterior pidiéndole que fuera el sábado a la oficina. El desconcierto de Daniela al saber que tendría que trabajar un sábado no había sido menor que su enfado por la brusquedad con la que había interrumpido la conversación telefónica. Daniela había estado hablando con él sobre la insoportablemente arrogante Paula Lina Chaves.


Apenas podía creer lo que se contaba. Todo el pueblo decía que era la propietaria del nuevo club de striptease, Joyful Interludes. Habían llegado a la conclusión de que era ella la misteriosa estrella del porno que aparecía en la valla de la carretera. Había algo relacionado con ella y unas fotografías obscenas que daban sentido a aquellos cotilleos. Habían relacionado una cosa con otra y habían terminado nombrándole estrella del porno.


Daniela no sabía gran cosa sobre esos rumores, pero, sinceramente, no creía que Paula fuera la propietaria del club. Jimbo se había encargado de la venta de aquel terreno, lo sabía porque había ganado una buena cantidad de dinero con aquella operación. Además, él era el representante de los nuevos propietarios en el pueblo.


Si Paula estuviera involucrada en aquel proyecto, su nombre habría aparecido en algún documento.


O quizá no. Jimbo estaba manteniendo aquel asunto en gran secreto, así que quizá fuera posible cualquier cosa. Aun así, al recordar a la correcta y remilgada Paula de la adolescencia, le costaba creer que toda aquella historia fuera cierta.


Pero eso no significaba que no disfrutara alimentando los rumores.


Intentó ignorar la culpa que sintió al recordar cómo le había quitado el novio a Paula cuando estaban en el instituto. Después se encogió de hombros. Paula Lina podría haber tenido a cualquier chico que hubiera querido. No tenía por qué haber salido detrás de Nicolas Alfonso, el chico del que
ella había estado siempre enamorada, en el preciso instante en el que había decidido instalarse en el pueblo.


Aunque al final, ella había terminado quedándose con él. 


Para su propia desgracia, Nico era un gran amante, pero no tan ingenuo como muchos adolescentes, algo que Daniela había aprendido de la forma más dura cuando Nico había comenzado a reflexionar sobre sus meses de embarazo. 


Aquél había sido el principio del fin. Porque aunque Nico fuera un mal estudiante, no tenía ningún problema con las matemáticas más básicas. Era perfectamente capaz de contar hasta nueve, nueve meses. Y entonces había averiguado la verdad.


—Mamá, ¿por qué no puedo ir al parque esta mañana? Algunos de mis amigos van a ir —Joaquin salió de su habitación y se encontró con su madre en la puerta de casa.


La casa que su padre le había ayudado a comprar cuando había decidido regresar al pueblo.


—Ya te lo he dicho. No quiero que te dediques a vagar por el parque como un delincuente juvenil. Aunque te apellides Alfonso, no tienes por qué comportarte como si fueras uno de ellos.


Al verlo fruncir el ceño, maldijo su falta de tacto.


—Lo siento, cariño. Escucha, no me importa que te quedes solo en el parque durante una hora al salir del colegio, pero no me gusta que pases allí toda la mañana del sábado.


—¿Y qué va a pasar cuando empiecen las vacaciones dentro de un par de semanas? —preguntó, sonriendo—. No tienes por qué gastar dinero pagando a una niñera todo el verano. ¿Por qué no decidimos como dos personas maduras, que ya puedo quedarme solo?


Daniela rió mientras se metían en el coche. Joaquin era tan liante como Jimbo.


—¿Y si decidimos que no?


Joaquin elevó los ojos al cielo y no paró de insistir durante todo el trayecto a la oficina. Cuando llegaron allí, a Daniela la sorprendió y alivió al mismo tiempo ver el coche de su padre en la acera, al lado del de Jimbo.


—Mira, el abuelo está aquí. A lo mejor quiere llevarte a la comisaría.


A Joaquin se le iluminó la mirada.


—La última vez me dejó llamar a su ayudante por radio y decirle que había aterrizado una nave espacial en el aparcamiento.


—Eso no me parece nada bien.


Francisco era un nombre decente. Más amable que la mayoría de los hombres del pueblo. Siempre la había tratado como a una dama y era especialmente protector con ella, a pesar de que le había dejado muy claro que no pensaba seguir los consejos de su padre y no tenía la menor intención de volver a salir con él, como había hecho durante una temporada cuando estaba en el instituto.


Su padre. Uf. Si se enterara de lo suyo con Jimbo, se desataría un infierno. Él parecía decidido a seguir viéndola como una niña inocente a la que había engañado uno de los Alfonso.


Pero cualquier día terminaría averiguando la verdad. Toda la verdad. Y Daniela temía aquel momento más que ninguna otra cosa.


Cuando entró en la oficina, Daniela señaló una silla y le hizo un gesto a Joaquin para que se sentara. Se acercó a la puerta del despacho de Jimbo y oyó la voz de su padre.


—Maldita sea, me habías jurado que nunca volvería.


—No la creía capaz —contestó Jimbo sin alterarse—. Pero eso no importa. Todo lo que hemos hecho es completamente legal. ¿Y qué va a poder hacer ella? —Jimbo soltó una de sus risotadas—. Dan, amigo mío, tienes que relajarte. Lo tengo todo bajo control.


Daniela llamó suavemente a la puerta, preguntándose de qué demonios estarían hablando.


—Hola —los saludó, y entró sonriente.


—Aquí está mi niña —dijo su padre, dándole un abrazo de oso. Miró hacia la sala de espera y vio a Joaquin—. Ven aquí, muchachito. El alcalde acaba de decirme que tu madre tiene que trabajar hoy. Así que me gustaría pasar el día contigo.


Joaquin entró tranquilamente en la habitación, como si en realidad no estuviera emocionado ante la perspectiva de pasar más tiempo con su abuelo.


—¿Y vas a dejarme poner la sirena?


—Claro que sí —contestó Daniel entre risas—. ¿Has visto a este niño, Jimbo? Se las sabe todas —posó la mano en el hombro de su nieto—. Saluda a Jimbo, y despídete de él. Porque tenemos mucho trabajo que hacer.


—Sí, hijo, tenemos mucho trabajo —contestó Jimbo, guiñándole el ojo al niño y dirigiéndole una sonrisa. Después miró a Daniela y le dirigió una mirada cargada de intenciones—. No sé lo que haría sin tu mamá.


Daniela apretó los dientes, intentando obligarse a ser fuerte. 


Desgraciadamente, todo su cuerpo estaba reaccionando al calor de sus ojos. Maldijo su propia debilidad.


Bueno, por lo menos podría obligarle a pedirle perdón por su falta de delicadeza. Porque sospechaba que aquella mañana iba a ayudar a Jimbo a algo más que a ocuparse de cuestiones legales.




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