Pedro había imaginado que sólo había tres lugares en los que Daniela podía estar: el primero, su casa. Pero no estaba allí.
Después se dirigió a casa de Daniel Brady. Era posible que Daniela hubiera ido a buscar a su padre en busca de apoyo.
Daniel podía no estar al tanto de su relación con Jimbo, pero, desde luego, estaría más que dispuesto a consolar a una hija cuyo jefe había sido asesinado en su lugar de trabajo.
Pero tampoco había nadie allí, de modo que tendría que buscar en la comisaría.
Al salir del todoterreno, vio en el garaje varios coches conocidos. Un par de patrullas, el coche de Daniela y, para su sorpresa...
—Eh, no me has devuelto la llamada —le dijo su hermano Nico en cuanto lo vio.
—Te he llamado varias veces, pero estabas comunicando —contestó Pedro mientras se acercaba a su hermano.
—Lo siento. Estaba intentando comprobar varias cosas —admitió—. Daniel Brady estuvo en la reunión del martes.
—Parece que los dos teníamos la misma sospecha —dijo Pedro, alegrándose de que su hermano hubiera hecho ya aquel trabajo.
—Que no pudiera oír la conversación que mantuvimos el martes no quiere decir que alguien no le informara después de lo que había oído.
Pedro asintió.
—Hablando de nuestra conversación...
—¿Sí?
Pedro expresó entonces una idea a la que había estado dándole vueltas durante todo el día.
—¿Te acuerdas de lo que dijo Paula? Se suponía que Helena tenía que venir a los juzgados el martes para conseguir los permisos para la manifestación.
Nico arqueó una ceja.
—¿Insinúas que ha sido víctima de su esposa?
—Era un tipo repugnante. Y a lo mejor, al descubrir hasta qué punto era un ser despreciable, ella decidió llevar las cosas hasta el final —parecía imposible, dada la frialdad y la conducta siempre ejemplar de Helena Boyd, pero cosas más extrañas habían ocurrido.
—Es posible —entonces Nico, más resignado que preocupado, preguntó—: ¿Crees que el sheriff Daniela sacará su pistola en cuanto me vea entrar en la comisaría?
—Yo entraré primero, para bloquearle el paso.
—Es lo que hacías siempre —murmuró Nico.
Pedro se detuvo.
—Con papá, quiero decir.
Se sostuvieron la mirada, diciéndose con ella cosas que jamás se habían dicho y después, tras un ligero asentimiento, entraron en la comisaría.
Pedro no tardó en ver a Daniel Braddy. Estaba con su hija en su despacho. Francisco, sentado en la mesa de la entrada, hablaba en voz queda con otro de los ayudantes.
—¿Habéis sabido algo de la policía estatal? —preguntó Pedro.
Francisco asintió, aunque su mirada estaba cargada de resentimiento. A Pedro no le sorprendió. A cualquier policía le molestaba que otro interfiriera en su trabajo.
—Llegarán aquí alrededor de las seis —se volvió entonces hacia Nico—. La otra noche no tuve oportunidad de darte la bienvenida al pueblo.
Nico consiguió esbozar una sonrisa.
—Hola, Francisco, me alegro de verte. No esperaba que regresaras a Joyful cuando terminaras los estudios.
Pedro recordó entonces que Nico y Francisco habían sido amigos, aunque eran completamente distintos. Francisco tranquilo y estudioso y Nico problemático e inquieto.
—Dejé la universidad después del primer año. Echaba mucho de menos esto. Como tu hermano, supongo.
Ja. Cuando Pedro había salido de la universidad, echaba tanto de menos Joyful como un marinero una gonorrea.
Pero antes de que Nico pudiera hacer algún comentario, y Pedro podía imaginar perfectamente la clase de comentario desdeñoso que podría haber hecho, los interrumpió otra voz.
—¿Qué estáis haciendo aquí?
Pedro se tensó al oír las palabras de Daniel Brady. El hombre permanecía en el marco de la puerta, impidiendo que vieran a su hija.
—Estamos buscando a Daniela —dijo Pedro.
—Daniela no quiere hablar contigo —después fulminó a Nico con la mirada—. Ni contigo.
Nico, completamente inmutable, apoyó la cadera contra la mesa y se cruzó de brazos, dejándolo todo en manos de Pedro. Éste se interpuso entre los dos hombres.
—He pensado que podría ayudarnos en la investigación.
Daniel señaló a Nico con el índice.
—Él no tiene por qué investigar este caso. Ya lo está haciendo mi gente.
—En realidad, lo va a hacer la policía del estado —respondió Pedro muy serio—. Así que no hay ninguna razón para que no podamos proporcionarle nosotros alguna información.
—No quiero ver aquí a ese hombre.
Desde el interior del despacho, Pedro oyó la voz de Daniela.
—Déjales pasar, papá, por favor.
Sin abandonar en ningún momento su expresión hostil, Daniel se apartó para cederles el paso.
Daniela estaba sentada delante de la mesa de su padre, con un enorme pañuelo en la mano y el rostro libre de maquillaje.
—¿Dónde está Joaquin? —preguntó Pedro, preocupado por el niño.
—Ha ido a casa de un amigo al salir del colegio —respondió Daniela. Miró después a Nico—. Puedes sentarte. Mi padre no va a hacerte... nada. Le he contado la verdad.
Nico y el sheriff se miraron con un profundo desdén.
Evidentemente, a Daniel no le importaban las circunstancias en las que se había celebrado el matrimonio de su hija, lo único que le importaba era que Nico la había dejado. Y Nico, por supuesto, continuaba albergando un profundo resentimiento hacia un hombre cuyo carácter le había llevado a cometer uno de los errores más grandes de su vida.
—¿Estás bien? —le preguntó Nico por fin a su ex, consiguiendo parecer preocupado, aunque Pedro sabía que apenas la soportaba.
Daniel asintió.
—No me puedo creer que esté muerto. Es verdad que yo quería acabar con ese hijo de perra ayer por la noche, pero, aun así, me cuesta creer que alguien haya sido capaz de matarlo de verdad.
—¿Qué? —preguntó Pedro atónito ante aquellas palabras.
Daniel contestó por su hija.
—Jimbo la despidió ayer por la noche. Después de todos los años que llevaba trabajando para él en esa oficina de tres al cuarto, la despidió.
Daniela le dirigió a Nico una mirada con la que parecía suplicarle que se callara, mirada que Pedro interceptó. Así que no había sido del todo sincera sobre el tipo de relación que mantenía con Jimbo. De ahí la relativa calma de Daniela. O eso, o aquel hombre era un actor de primera y conocía la información desde hacía tiempo. Por lo menos, durante el tiempo suficiente como para haber hecho una visita al despacho de Jimbo a primera hora de la mañana.
Pero antes de que Pedro hubiera llegado a decidir cuál de los dos Brady tenía más información sobre la muerte de Jimbo, sonó su teléfono móvil. Estuvo a punto de ignorarlo, hasta que vio que era una llamada procedente de la peluquería.
—Un momento —se disculpó antes de contestar—. ¿Diga?
—Pedro, soy yo —le dijo Paula—. Tengo que hablar contigo.
—Eh, ahora mismo estoy en medio de algo importante. ¿Puedes esperar?
—No —respondió. Parecía aterrada—. Creo que sé quién mató a Jimbo.
Intentando mantener una expresión de calma, Pedro le preguntó:
—¿Quién?
—Daniela. Me he acordado de algo justo cuando le estaba lavando la cabeza a tu madre. Por cierto, se ha hecho una permanente y está guapísima con el pelo rizado.
¿Pero cómo iba a pensar él en el peinado de su madre cuando Paula acababa de acusar de asesinato a la mujer que estaba sentada a su lado?
—¿Qué estabas diciendo?
—Ah, sí, te llamaba porque quiero que te mantengas lejos de Daniela. ¿Te acuerdas de que dije que había visto a Francisco parando un coche al salir de casa de Jimbo? Era el coche de Daniela. No he relacionado su coche con el que vi anoche hasta hace un momento.
Pedro tuvo la sensación de que allí había mucho más, pero que Paula estaba intentando ir al grano. Por la forma en la que le temblaba la voz, parecía muy afectada.
Intentó tranquilizarla.
—Tranquila, eso podría no significar nada.
—Pero sí el hecho de que estuviera furiosa. Conducía como una loca después de haber tenido el coche aparcado delante de casa de la víctima y estaba enfadada porque Jimbo la había despedido.
—Sí, ya me he enterado.
Paula tomó aire.
—Dios mío, ¿entonces estás ahora con ella?
—Exacto.
Paula musitó un juramento que chocaba oír saliendo de unos labios tan bellos como aquéllos.
—Pues sal de ahí antes de que decida hacer otra vez de caza vampiros.
En aquella ocasión, Pedro no pudo evitar una risa.
—Mira, Nico está conmigo. Estamos en la comisaría, pero en cuanto terminemos aquí, me pasaré por tu casa.
—¿No estás solo con ella? ¿Hay testigos? —parecía ligeramente aliviada—. Muy bien, pero como no aparezcas en mi casa antes de las cinco y media, iré a buscarte. Y como a Daniela se le ocurra hacerte algún daño, va a necesitar algo más que un poste de madera para enfrentarse a mí.
—Estás sedienta de sangre, ¿eh? —no pudo evitar musitar Pedro entre risas.
Se despidió de ella, colgó el teléfono y vio entonces a su hermano sonriendo como un hombre que acabara de reconocer a otro al que una mujer tenía completamente sorbido el cerebro.
Pedro se limitó a suspirar. Estaba enamorado de una mujer que había amenazado con actuar violentamente con cualquiera que se atreviera a tocarle un solo pelo.
Decidido a concentrarse en el asunto que en aquel momento le ocupaba, intentó contrastar con Daniela la información que acababan de darle.
—Daniela, ¿qué hacías anoche delante de casa de Jimbo?
Su ex cuñada se irguió en la silla y lo miró con recelo.
—No era ella —replicó su padre. Pero después la miró—. ¿Eras tú, cariño? ¿Te acercaste anoche a casa de Jimbo?
Daniela asintió lentamente.
—Estaba muy enfadada. Dejé a una vecina a cargo de Joaquin cuando le acosté y salí a dar una vuelta —los miró a los tres con expresión suplicante—. Pero eso no significa nada. No pensaba hacerle nada, sólo quería enfrentarme a él porque me había despedido. Lo único que hice fue aparcar delante de su casa. Después me marché. Francisco puede decíroslo. Me fui cuando todavía estabas en su casa, papá.
La mentira de Francisco cobró entonces sentido. Había intentado proteger a Daniela. Pero no le había importado que Paula resultara perjudicada.
Daniel se levantó y llamó a su ayudante. Entró tan rápido que Pedro sospechó que tenía la oreja pegada a la puerta.
Cuando su jefe le preguntó, admitió que había parado a Daniela la noche anterior.
Daniel frunció el ceño.
—No dejaste ninguna constancia en el informe de anoche.
—No creía que mereciera la pena poner a nadie en una situación embarazosa haciendo un informe.
—¿Y tampoco creías que mereciera la pena aclarar las cosas cuando Paula Lina Chaves te ha pedido que la ayudaras a demostrar que no había estado acechando a la víctima ayer por la noche? —preguntó Pedro entre dientes.
Francisco se sonrojó, pero no dijo una sola palabra.
—Entonces —dijo Nico desde la silla en la que había estado sentado en silencio desde que habían llegado, observándolos a todos con los ojos entreabiertos, como si le aburriera la conversación—, ayer estabas muy enfadada, Daniela ¿y cómo te has despertado esta mañana?
—Ten cuidado con lo que dices —le advirtió Daniel.
—Es una pregunta muy razonable —Nico se levantó y se acercó a Brady—. Seguramente, será la primera que le haga la policía del estado en cuanto comience a investigar.
Daniela abrió los ojos como platos. Movía la boca, pero no emitía ningún sonido. Y Pedro comenzó a preguntarse por primera vez si Paula no tendría razón. Porque Daniela era la viva imagen de la culpabilidad.
Francisco se aclaró entonces la garganta.
—Daniela no ha ido a la oficina de Jimbo esta mañana. Ella no ha matado a nadie —miró a su jefe de reojo y añadió—: Porque después de seguirla hasta su casa, me quedé con ella. Estaba conmigo cuando me llamaron para informarme del asesinato —tragó saliva visiblemente—. Hemos estado juntos toda la noche.
***
Paula observó la aguja de su reloj de pulsera dando las seis y fulminó la puerta con la mirada, ordenándole que se abriera. Pero justo antes de que hubiera agarrado las llaves, decidida a ir a buscar a Pedro, éste entró por fin en su casa.
—Estás aquí —le dijo Paula, arrojándose a sus brazos antes de que hubiera tenido siquiera oportunidad de cruzar el umbral.
Buscó su boca y le dio un beso lento y tierno, deseando grabar para siempre su sabor y su olor en su cerebro, almacenar aquella reserva de calma contra futuros momentos de pánico.
Cuando se separaron, le sonrió y comenzó a respirar con normalidad por primera vez desde hacía una hora.
—¿Dónde está Daniela? ¿La han detenido?
—No es tan sencillo —dijo entonces Nico.
Paula ni siquiera se había dado cuenta de que había entrado con su hermano. Le dirigió una mirada de agradecimiento por haber acompañado a Pedro y señaló el sofá del salón.
—Pasad y contádmelo todo.
No se separaba de Pedro y le tiró de la mano para que se sentara con ella en el sofá en el que habían estado a punto de hacer el amor el fin de semana anterior.
—No creo que Daniela tenga la fuerza necesaria para clavarle una estaca en el corazón a un hombre —dijo Pedro.
—¿Ni siquiera con una subida de adrenalina? Dicen que con la rabia se puede desarrollar una fuerza increíble, ¿es verdad? —Paula miró Nico.
—Creo que sólo en los cómics.
Paula casi gruñó de enfado.
Riendo, Pedro le pasó la mano por el pelo y la estrechó contra él.
—Daniela tiene coartada.
—Y aunque mi ex esposa pueda ser una mentirosa, sinceramente, no creo que sea una asesina.
—Tampoco yo.
Hombres.
—Pero si Jimbo la dejó y la despidió el mismo día...
—Hay otras personas que podrían haberlo hecho, Pau —dijo Pedro, intentando tranquilizarla.
—Como la mujer de la víctima —señaló Nico.
Pedro asintió.
—O el padre de Daniel. O el misterioso socio de Jimbo.
—No, ella no ha sido —al ver la expresión de sorpresa de Pedro, le explicó rápidamente todo lo que había ocurrido en la peluquería.
—¿Quieres decir que Mona Harding hacía películas porno? —se echó a reír—. Ya verás cuando se lo cuente a Virg.
Nico soltó un sonido burlón.
—Seguro que a partir de ahora su colección de vídeos le parece otra cosa.
Los dos hermanos se echaron a reír.
—Estáis locos —continuó Paula, volviendo a lo que le preocupaba—. Y sigo pensando que Daniela debía estar fuera de sí por lo que le hizo Jimbo.
—Tiene coartada, cariño. Lo creas o no, pasó la noche con Francisco Willis.
Paula intentó asimilar aquella información. Daniela y Francisco. Vaya.
—¿Estás seguro?
Pedro asintió.
—Francisco lo ha confesado delante del sheriff, que parecía dispuesto a destrozarlo. Nos hemos ido inmediatamente de allí.
—Francisco Willis —le costaba conciliar la imagen de una mujer tan guapa como Daniela con alguien tan poco atractivo.
—Francisco estaba loco por Daniela en el instituto —admitió Nico—. La seguía como un cachorrillo, pero ella no le prestaba ninguna atención.
—Bueno —dijo Pedro—, evidentemente, aunque sólo fuera en una ocasión, si le prestó atención.
Los dos hermanos intercambiaron miradas y Nicolas asintió lentamente.
—¿Qué pasa?
—Pasa que Francisco podría ser el padre de Joaquin.
Paula no pudo evitarlo. Los miró boquiabierta. Literalmente.
—Por favor, explicadme eso inmediatamente
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