Daniela había estado a punto de conseguirlo. Un poco más, y Francisco la hubiera cubierto. Pero al final, la tristeza, el sentimiento de culpa y la confusión habían podido con ella.
Tenía que admitir la verdad, aunque no delante de su padre.
El bueno de Francisco se había puesto a sí mismo en la línea de fuego de un padre excesivamente protector. Había mentido para ayudarla.
Pero Daniela sabía que había una persona ante la que tenía que confesar antes de que llegara la policía del estado y la condujera directamente hacia un lugar que jamás había imaginado llegaría a visitar: Paula Lina Chaves.
Cuando llegó a su casa y vio los coches que había en el camino de la entrada, comprendió que aquello no iba a ser tan fácil como esperaba. No sólo tendría que confesar delante de Pedro y de Paula, sino también delante de su ex marido. Que fue precisamente el que le abrió la puerta cuando llamó.
—Nicolas.
—Hola, Daniela.
De alguna manera, Nico consiguió disimular su sorpresa. Continuaba mostrándose tan inaccesible e inalcanzable como siempre. Dios, qué diferente habría sido su vida si hubiera sido capaz de retener a aquel hombre, se lamentó Daniela.
—¿Es ella? —oyó que preguntaba alguien desde el interior de la casa.
Casi inmediatamente, llegó Paula hasta la puerta, apartó a Nico de la entrada y se colocó frente a ella.
—¿Qué quieres?
Incluso Daniela sonrió al verla intentando proteger a los hermanos Alfonso.
—¿Está aquí Pedro?
—Sí, está aquí.
—Necesito hablar con él —Daniela se tragó su orgullo—. Por favor, ¿puedo entrar? —después, tan quedamente que apenas se podía oír su propia voz, añadió—: Tengo que hacer una confesión.
****
Pedro no sabía qué esperaba exactamente. Pero, desde luego, no que su ex cuñada estuviera a punto de confesar un asesinato. Entre otras cosas, porque con coartada o sin ella, no la creía culpable.
Mientras observaba a Daniela sentarse, pasaron por su cabeza todo tipo de escenarios imaginables. Era posible cualquier cosa, porque Daniela estaba... rota. Ésa era la única forma de describir sus hombros desplomados, su expresión de cansancio y sus ojos apagados.
Paula también pareció advertirlo.
—¿Quieres que te traiga un refresco? —le preguntó suavemente—. ¿Te apetece un té con hielo?
Le estaba ofreciendo té a una mujer a la que creía culpable de asesinato. ¿Cómo podía atreverse nadie a negar que Paula Chaves hubiera heredado la hospitalidad sureña de su abuela?
Daniela negó con la cabeza.
—No. Sólo quiero acabar con esto cuanto antes.
—Yo no soy policía —le advirtió Pedro, intentando endurecerse—. No tienes por qué hablar ni conmigo ni con nadie si no es en presencia de un abogado.
—No he venido a verte porque seas fiscal. He venido a verte como amiga, porque creo que tienes derecho a saber la verdad —tragó saliva y admitió—: Francisco ha mentido. No pasé la noche con él. Me siguió a mi casa para asegurarse de que llegaba bien y después se marchó.
—Así que estaba intentando protegerte —musitó Nicolas.
Daniela alzó la mirada hacia su ex marido y asintió.
—Sólo Dios sabe por qué —se inclinó hacia delante, posó los codos sobre las rodillas y se frotó los ojos—. Pero os juro por mi vida que yo no maté a Jimbo. Podría haber deseado su muerte, pero jamás habría matado a un hombre al que amaba. Un hombre que podría ser el padre de mi hijo.
A su lado, Paula soltó una exclamación. Pedro imaginaba que para una mujer que había admitido públicamente que sólo había tenido tres amantes en toda su vida, las revelaciones de Daniela debían resultar impactantes. Le tomó la mano, aunque continuaba pendiente de cada una de las palabras de su ex cuñada.
—No supe nada de la muerte de Jimbo hasta esta mañana, cuando me acerqué a la oficina después de dejar a Joaquin en el colegio. Pensaba hablar seriamente con él —rió con amargura—. Pero al final tuve que hablar con su esposa.
—¿Helena estaba allí?
Daniela asintió.
—Estaba con Cora Dillon. Y con la policía.
—La señora Boyd estaba llegando cuando nuestro querido sheriff me estaba deteniendo a mí —aclaró Paula.
Daniela le dirigió una mirada de disculpa.
—En cualquier caso, Helena me dijo cosas que, supongo, me merecía. Cora no se perdía un detalle del espectáculo —Daniela sacudió la cabeza—. ¿Sabéis? Creo que fue Cora la que le habló a Helena de mi relación con Jimbo. Mientras Helena me ponía de prostituta para arriba, a ella lo único que le faltaba era aplaudir —tras aquellas palabras, Daniela se levantó lentamente—. Esto es todo lo que tengo que decir. Ahora, será mejor que vaya a buscar a Joaquin. Quiero ver a mi hijo.
Paula se levantó también y la acompañó hasta la puerta.
Pedro habría jurado que incluso le había visto acariciarle el hombro para mostrarle su apoyo, aunque probablemente Paula jamás lo admitiría.
—¿Necesitas que te lleve? —le preguntó Nico.
Daniela negó con la cabeza.
—No, estoy bien —después volvió a mirar a Pedro—. No seas demasiado duro con Francisco, ¿de acuerdo? Sólo estaba intentando protegerme. Siempre... siempre le he gustado, supongo —y sin decir una sola palabras más, se marchó.
—Dios mío, qué tristeza —musitó Paula cuando Daniela se fue—. Sigue sin gustarme, pero creo que tenéis razón: ella no mató a Jimbo.
—No, no lo mató ella —Pedro continuaba en silencio, intentando analizar todos los datos que tenía en su cerebro.
—Vaya —dijo Paula, sacudiendo la cabeza—. Francisco debe quererla mucho si ha sido capaz de mentir de esa forma para protegerla.
Aquella frase detuvo los pensamientos de Pedro.
Francisco, el bueno de Francisco estaba enamorado de Daniela desde hacía años. Francisco, que había vuelto a Joyful tras el primer año de universidad, casi al mismo tiempo que Daniela. El hombre que no había sido capaz de mirar a Paula a los ojos cuando Paula había dicho... El martes, en los juzgados.
Y de pronto, todo encajó.
Daniela no había matado a Jimbo. Pedro lo sabía con la misma certeza con la que supo en aquel momento quién era el asesino.
—Sí —dijo Pedro mientras se levantaba.
—¿Qué? —preguntó Paula, advirtiendo su cambio de humor.
Parecía confundida y tenía motivos para ello porque Paula no lo sabía todo. No sabía que Francisco llevaba años enamorado de Daniela ni tampoco estaba al tanto de la conversación que habían mantenido Nico y él en los juzgados el martes, el día que Paula había visto allí a Francisco. Y no podía darse cuenta de la violencia con la que debía haber reaccionado al saber lo que Jimbo le había hecho a Daniela cuando ella sólo era una niña.
Pedro le dio un beso en los labios, como si quisiera decirle que todo iba a salir bien. Pero Paula no iba a conformarse con eso.
—¿Es que nadie va a contarme lo que está pasando aquí?
—Francisco no estaba protegiendo a Daniela con su coartada —dijo Nico.
—No —confirmó su hermano—. Estaba protegiéndose a sí mismo.
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