miércoles, 31 de mayo de 2017

CAPITULO 10




Si Pedro no hubiera salido ya del coche cuando había visto a Daniela en la puerta de la oficina de Jimbo, se habría largado de allí con cualquier excusa. Lo último que le apetecía era que aquellas dos mujeres estuvieran frente a frente cuando hacía menos de una hora que Paula había llegado al pueblo.


Pero ya era demasiado tarde. Paula quería las llaves de su casa y Daniela se enfadaría todavía más si se daba cuenta de que había intentado evitarla. Tampoco Paula querría haberse quedado en el coche. Necesitaba hablar con el señor Boyd y un esguince en el tobillo no iba a impedírselo. 


Además, ya había insistido en que se encontraba mejor, lo que, obviamente, era la mayor mentira que Pedro había oído en su vida, teniendo en cuenta cómo le temblaban los labios y las lágrimas que habían asomado a sus ojos cuando había apoyado el pie en el suelo.


—Buenas tardes —saludó Pedro con un asentimiento de cabeza cuando llegó a la puerta.


Paula se inclinaba contra él y él le pasaba el brazo por la cintura. Sólo un cardiólogo podría haber adivinado en ese instante que su corazón latía a velocidad suficiente como para salir disparado en cualquier momento de su pecho. 


Pedro se dijo a sí mismo que la taquicardia se la provocaba la mera posibilidad de imaginarse a Paula y a Daniela juntas. Pero en algún otro lugar, muy dentro de él, sabía que la causa era la manera en la que Paula se presionaba contra él.


—Señora Dillon —saludó Pedro en cuanto reconoció el rostro adusto de la mujer que estaba al lado de Daniela.


Cora Dillon había trabajado en el colegio de Joyful años atrás y en aquel momento se dedicaba a limpiar casas. Cada vez que la veía, Pedro casi esperaba que le pegara en los nudillos con un cucharón de madera, como hacía cuando él estaba en segundo grado e intentaba robar una pieza extra de fruta en el almuerzo.


—Los niños a los que se les hace un precio reducido sólo tienen derecho a una manzana, señor Alfonso—le decía en voz suficientemente alta como para que la oyera todo el mundo—. ¡Y nada de galletas!


Aquella pequeña anécdota resumía lo que había sido su infancia. Una manzana y nada de galletas. Siempre parecía haber algún adulto de mirada implacable cerca de él, intentando asegurarse de que el niño de los miserables Alfonso no recibiera nada más de lo que le correspondía.


Pedro casi deseaba que la descubrieran algún día cruzando la calle de forma imprudente, o llevándose un dulce del supermercado.


Porque estaría encantado de llevar personalmente la acusación.


La señora Dillon le brindó lo que seguramente pretendía que pasara por una sonrisa amistosa.


—Señor Alfonso —dijo a modo de saludo.


Pedro mantuvo las manos bien escondidas, por si acaso, aunque sabía que Cora no podía pegarle en los nudillos al fiscal del condado. Sobre todo cuando uno de sus nietos acababa de beneficiarse de la buena voluntad de Pedro hacia los jóvenes de Joyful.


—Encantado de verla, señora —respondió en un tono de voz completamente neutral.


Entonces, la mujer se volvió hacia Paula y la miró con la misma expresión con la que alguien podría estar mirando un crucigrama especialmente complicado.


—Ésta es Paula Lina Chaves. Supongo que conocía a su abuela —explicó Pedro.


—Sólo Paula —musitó su acompañante.


Pero sus palabras parecieron disolverse en la exclamación de sorpresa de Daniela, que fue inmediatamente seguida por la de Cora Dillon. La reacción de Daniela era previsible. Sin embargo, la de la señora Dillon probablemente estaba más relacionada con el hecho de desconocer el nombre, el estado civil y la situación económica de una recién llegada a Joyful.


—Hola, Daniela —saludó Paula al ver que las otras dos mujeres permanecían en silencio.


Pedro no pudo menos que preguntarse cómo lograba ocultar su nerviosismo con aquella voz tan refinada. Porque él sentía su cuerpo suficientemente tenso como para estallar.


Y no era de extrañar. Al fin y al cabo, diez años atrás, Daniela le había robado el novio.


—Paula Lina —susurro Daniela vacilante.


Algo excepcional en aquella mujer, que apenas permitía a nadie adivinar sus debilidades. Por el rostro de Daniela pasaron todo tipo de sentimientos: desde el desconcierto hasta el desagrado y quizá también un poco de vergüenza. Y con motivo, por supuesto, como todos ellos sabían.


Pero Daniela recobró rápidamente la compostura. Alzó la cabeza e ignoró cualquier posible sentimiento de culpa que pudiera albergar después de lo que había ocurrido en el instituto.


—No sabía que pensabas volver a Joyful —dijo en un tono que sonaba forzado mientras cuadraba los hombros e intentaba fingir indiferencia.


—Nunca se sabe cuándo pueden volver a aparecer los fantasmas del pasado —contestó Paula con falsa alegría—. Me alegro de verte, Daniela.


Aquel saludo sonaba tan falso como un telepredicador pidiendo perdón delante de su rebaño por haber mantenido relaciones sexuales, pero Pedro suponía que Paula tenía derecho a ser rencorosa.


Pedro, ¿dónde la has encontrado? Ni siquiera sabía que os conocíais.


Pedro frunció el ceño ante aquella mentira tan descarada.


Habría sido absurdo pensar que Daniela no se había enterado de lo ocurrido la noche del baile, aunque no hubiera estado ella allí para verlo por sus propios ojos. Aquel día había huido del pueblo, pero había regresado suficientemente pronto como para estar al tanto de lo ocurrido.


Lo sucedido entre el rebelde Pedro Alfonso y Paula Chaves el día del baile del instituto, se había contado casi tantas veces como la historia del origen del nombre del pueblo.


—Paula y yo nos hemos encontrado en el supermercado —dijo por fin—. Necesitaba ayuda. Voy a dejarla en casa de su abuela, pero necesitamos las llaves.


Cora, que prácticamente se había olvidado de ello, buscó en el bolsillo y sacó una llave.


—Toma —musitó, mirando a Paula con vivido interés—. He estado limpiando la casa esta mañana y ahora venía a devolvérselas al señor Boyd.


—Muchas gracias, señora Dillon —dijo Paula, tan amable y educada como su abuela, que siempre había sido una auténtica dama.


Cuando le había pedido que hiciera el amor con ella, ¿había empleado también un tono tan majestuoso? La verdad era que apenas lo recordaba.


Mentira, replicó inmediatamente la voz de su conciencia. 


Recordaba perfectamente todo lo que había ocurrido aquella noche. La voz de Paula sonaba dulce y ardiente. Era una excitante combinación de seducción e inocencia. Mucha más inocencia de la que el propio Pedro esperaba...


Razón por la cual le parecía difícil, cuando no imposible, dar crédito a los rumores que decían que desde que se había marchado de Joyful, se había dedicado a hacer películas pornográficas.


Todavía no había tenido tiempo de pensar detenidamente en aquellos rumores, pero su intuición le decía que aquella historia era completamente falsa, sobre todo teniendo en cuenta las propias bromas que había hecho Paula durante el trayecto hasta allí.


—Hace mucho tiempo que no voy a casa de mi abuela y aprecio su esfuerzo —dijo Paula.


La señora Dillon la miró como si no supiera si debería tomarse las palabras de Paula como un cumplido o no, así que se limitó a farfullar algo y le tendió las llaves.


—Esperaré dentro al señor Boyd —le dijo a Daniela, que continuaba demasiado sorprendida como para protestar.


Así que Cora entró en el edificio, dejándolos a los tres a solas.


—¿Y por qué has vuelto, Paula? —preguntó Daniela—. Creía que no volveríamos a verte.


Paula, aparentemente no tan cobarde o, por lo menos, no tan educada como cuando estaba en el instituto, arqueó una ceja.


—Es curioso. A mí me parece que fuiste tú la que salió huyendo del pueblo, Daniela. Y ahora que hablamos de eso, ¿cómo está Nico?


Nico. Nicolas Alfonso. El hermano pequeño de Pedro que tiempo atrás había sido objeto de atención de todas las adolescentes del municipio de Joyful, Georgia. Y en la lista había que incluir también a Paula Lina Chaves y a Daniela Brady.


Daniela Brady, no Alfonso. Su ex cuñada.


—Paula, creo que deberíamos marcharnos —dijo Pedro, intentando volverse hacia el coche.


Lo último que le apetecía era que Daniela sacara el tema de su hermano.


—Probablemente esté abrasándose en el infierno —contestó Daniela con voz dura, como siempre que salía el nombre de Nico—. Esté donde esté, desde luego no está aquí, así que si es él la razón por la que has vuelto, ya puedes dar media vuelta y regresar al norte —hablaba con dulzura, pero tenía una mirada fría y calculadora—. Es curioso, Paula Lina, ya han pasado diez años, ¿todavía no has superado lo de Nicolas?


Sí, Daniela estaba afilando sus uñas. Aunque jamás había habido ninguna relación sentimental entre Pedro y su ex cuñada, y nunca la habría, ella parecía creer que su estatus familiar le daba derecho a decirle a Pedro cómo tenía que dirigir su vida. Y la única razón por la que él se lo permitía era porque era familia suya. Una Alfonso siempre sería una Alfonso, por mucho que Daniela odiara llevar ese apellido.


—Vámonos, Paula.


Pero Paula no se movió. En cambio, sonrió mientras acariciaba su gargantilla con aquellas uñas perfectamente manicuradas y miraba fijamente a Daniela.


—Eres muy amable al preocuparte tanto por mí —dijo cordial—. Pero no, Nico sólo era un niño. Lo nuestro fue un dulce e inocente amor de adolescencia. Evidentemente, nuestra relación no fue en absoluto como la vuestra, puesto que al final él tuvo que casarse contigo para evitar que tu padre lo matara.


Pedro bajó la cabeza para que su cuñada no viera su sonrisa. No eran muchas las mujeres capaces de lograr aquella mezcla perfecta de dulzura y sarcasmo. La abuela de Paula había convertido aquella capacidad en un arte y al parecer, Paula había aprendido muchas cosas de ella durante su estancia en el Sur.


Lo que no sabía era dónde podía haber aprendido nada sobre películas para adultos.


Mientras Daniela parecía a punto de empezar a echar humo por las orejas, Paula le dirigió a Pedro una tímida sonrisa.


—La verdad es que ahora me duele mucho. ¿Puedes ayudarme a volver al coche? Ya hablaré mañana con el señor Boyd —lo miró con una expresión que, Pedro suponía, a Daniela le parecería indefensa e íntima, como seguramente Paula pretendía.


Por un instante, sintió la tentación de dejar que se cayera al suelo otra vez, y dejarla allí, delante de la inmobiliaria de Boyd. Se lo merecía. No le hacía ninguna gracia dejar que Paula le utilizara para salvar su orgullo herido una vez más. 


Con una vez en la vida, ya había tenido más que suficiente.


Pero había algo en aquella mirada que iba más allá de un fingido coqueteo. Y la vio pestañear rápidamente, como si estuviera intentando contener las lágrimas.


Parecía cansada, herida, tanto física como emocionalmente. 


Pedro se le desgarró el corazón al fijarse en sus ojeras y en aquella palidez que hacía resaltar sus pecas.


—Por favor, Pedro—susurró.


Y en aquella ocasión parecía verdaderamente desesperada.


Pedro suspiró. Como en los viejos tiempos. En el pueblo siempre le habían considerado un rebelde, pero aquellos que mejor lo conocían siempre habían sabido que era un tipo blando, un estúpido bobalicón siempre dispuesto a ayudar a aquellos que lo necesitaban. Como Paula en aquel momento.


Además de lo cual, para su eterna consternación, jamás había podido resistirse a Paula Lina Chaves cuando le pedía algo por favor



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