miércoles, 31 de mayo de 2017
CAPITULO 11
Paula no pretendía utilizar a Pedro. De hecho, cuando lo vio vacilar, lamentó tener que apoyarse en él. Pero lo hizo. Necesitaba alejarse de allí, y él era el único que podía ayudarla.
—¿Qué te pasa? —preguntó Daniela, mostrándose falsamente solícita—. ¿No sería mejor que entraras y te sentaras un rato?
Pero antes de que Paula hubiera podido rechazar la invitación, Pedro se precipitó a darle las gracias a Daniela y a rechazar su ofrecimiento y continuó contándole rápidamente lo que había pasado en el supermercado.
Paula apenas escuchaba. Continuaba preguntándose por qué había dejado que Daniela la alterara. Por Dios, ya no era la chica nueva del instituto, machacada continuamente por la chica más popular del curso, como le había ocurrido durante el año que había estudiado en Joyful.
Había pasado toda una vida desde entonces. ¿A quién podía importarle el pasado a aquellas alturas? Los dramas de la adolescencia no tenían nada que ver con la vida de adulta de Paula. Desde luego, su experiencia en el instituto no la había preparado para enfrentarse a hombres como su antiguo jefe, Wes Sharpton. O para mujeres como la que se suponía que era su mejor amiga, Lidia Bailey.
Se preguntó si Wes y Lidia estarían disfrutando de su luna de miel en América del Sur. Y si se habrían gastado ya el dinero que habían desfalcado de la empresa. Un desfalco que había dejado a docenas de personas sin trabajo.
El dinero no podía haber desaparecido más rápido que los ahorros de Paula. Como le habían devuelto los últimos cheques que había cobrado por falta de fondos y las inversiones que había hecho en la empresa habían perdido todo su valor, se había quedado con las cuentas a cero antes de que el resto de los empleados supieran lo que ocurría.
Jamás había imaginado que podría llegar a arruinarse cuando creía haber encontrado por fin su lugar en el mundo.
¡Jamás había pensado que terminaría perdiendo todo su dinero por culpa del trabajo!
Habría hecho mejor en dedicarse a la arqueología. O al arte.
La experiencia, en la que había participado años atrás, ayudando a montar una exposición a una artista especializada en temas eróticos había sido muy divertida, aunque a su abuela hubiera estado a punto de darle un infarto cuando había visto uno de los folletos.
La abuela Paulina. Su salvadora. Porque el regreso a Joyful no había sido solamente un viaje de placer para lamerse las heridas. No, había sido un viaje estrictamente necesario si quería dormir bajo techo... y no regresar a casa de sus padres en busca de ayuda.
—¿Y bien? —preguntó Pedro, interrumpiendo el curso de sus pensamientos—. ¿Podemos irnos ya, Paula?
—Por supuesto. Me alegro de haberte visto —le dijo a Daniela por encima del hombro mientras Pedro la ayudaba a bajar la acera.
Se inclinó contra él, sin notar apenas la firmeza de su mano contra su brazo, la fuerza de su pecho contra el suyo y la almizcleña esencia de su colonia.
Bueno, esa sí que era una gran mentira. Era imposible no notar todas aquellas cosas en Pedro. De la misma manera que nadie podría no fijarse en el color del cielo o el olor metálico del aire antes de una tormenta. Había cosas tan elementales que era imposible ignorarlas. Como él.
De pronto, Paula se preguntó si no habría cometido un gran error. A lo mejor, continuar discutiendo con Daniela habría sido la mejor manera de pasar la tarde. Porque después de sólo una hora en su compañía, comenzaba a preguntarse si tendría la fuerza de voluntad suficiente para resistir aquellos locos sentimientos que siempre había albergado hacia Pedro Alfonso.
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