miércoles, 7 de junio de 2017

CAPITULO 34




Daniela podría haber disfrutado de una gran velada aquella noche al reencontrarse con sus antiguos compañeros y revivir la gloria de los años de instituto si no hubiera sido por dos cosas: Paula Lina Chaves también estaba allí y Pedro estaba con ella.


Habían estado fuera durante un buen rato y aunque Daniela había estado hablando con sus amigas, intentando sacar el tema de los increíbles rumores que corrían sobre el trabajo de Paula, estaba pendiente de cada uno de sus pasos.


Y parecían disfrutar estando juntos.


Odiaba admitirlo, pero era cierto. Daniela no había visto a su cuñado tan interesado en ninguna mujer jamás en su vida. 


Cada vez que Paula se apartaba de su lado, la seguía con la mirada. Había tomado algunas copas, aunque normalmente no bebiera. E incluso había hablado con personas que Daniela sabía que detestaba. Y, a medida que iba transcurriendo la velada, estaba cada vez más tenso.


Porque estaba enamorado de Paula. Cualquier tonto podría darse cuenta y Daniela Brady Alfonso no era ninguna estúpida.


—La quiere —musitó para sí mientras daba un sorbo a su cerveza, preguntándose por qué aquella certeza provocaba en ella sentimientos tan extraños.


En realidad, no quería a Pedro para ella. Claro que no. 


Aunque, desde luego, le gustaría poder acostarse con él aunque sólo fuera una vez en su vida. De hecho, él y Brad Pitt encabezaban la lista de los hombres con los que a las mujeres de Joyful les gustaría acostarse antes de morir.


Pero no estaba enamorada de Pedro. No le quería ni como marido ni como nada parecido. Para bien o para mal, le había entregado su corazón a Jimbo Boyd años atrás y era incapaz de amar a ningún otro hombre.


Aun así, le guardaba a Paula suficiente rencor como para no querer que estuviera con él.


Era una tontería. Porque en realidad no era la relación con Pedro la que todavía tenía clavada como una espina, sino la relación de Paula con Nico.


Nico. El marido ausente. Él había sido su primer amor, un amor que pretendía hacer durar durante toda su vida. Pero Nico se había marchado durante su octavo mes de embarazo. Se había alistado a los marines. Había preferido cruzar el océano para ir a Bosnia a hacer de héroe a quedarse en un apartamento de Savannah con ella.


Por las noches, cuando Daniela estaba en casa sola con Joaquin, que dormía en su propia habitación al final del pasillo, se preguntaba muchas veces cómo habrían sido las cosas si Joaquin hubiera sido hijo de Nico. Sabía que podría haber conseguido que se enamorara de ella, lo sabía.


En realidad, ella no le había mentido a propósito. Cuando le había dicho que estaba embarazada, sabía que era posible que fuera él el padre. Era perfectamente consciente de cuáles eran las posibilidades, y Nico era una de ellas.


Los dos habían hecho el amor después de una fiesta, tras una discusión de Nico con Paula. Nico estaba borracho y ella, aunque no había bebido tanto, estaba suficientemente borracha como para no importarle acostarse con un tipo que parecía a punto de perder el conocimiento.


De modo que era posible hacerle creer que era el padre de su hijo. Y si hubiera estado embarazada de dos meses, como al principio pensaba, y no de cuatro, todo habría sido mucho más fácil.


El corazón le dolía cuando pensaba en Nico, un hombre del que había estado enamorada desde que estaba en séptimo.


Cuando Paula había llegado al pueblo y había empezado a salir con él, Daniela había sufrido hasta la desesperación. Le había dolido de verdad. Era la primera vez que le negaban algo desde que su madre había muerto y su padre había decidido darle todos los caprichos para que superara aquella pérdida.


Pero al final, ella había terminado convertida en la mala de la película por haberse fugado con Nico el día del baile de fin de curso.


Afortunadamente, aquella noche las cosas habían cambiado y Paula se había convertido en el tema de conversación.


—Una estrella del porno —musitó para sí, sacudiendo la cabeza con incredulidad.


Aunque le hubiera ido en ello la vida, era incapaz de comprender en qué se basaban esos estúpidos rumores. 


Cualquiera podía darse cuenta de que aquella mujer era demasiado estirada y educada como para desnudarse delante de un desconocido y, mucho menos, para hacer el amor delante de todo un equipo de rodaje. Además, tampoco tenía cuerpo para dedicarse a eso. Los senos que aparecían en la valla publicitaria eran tres veces más grandes que los suyos, o de los de cualquier mujer que no hubiera pasado por el quirófano. No, Paula era una mujer atractiva, pero demasiado normal como para convertirse en la fantasía sexual de un hombre.


Que no fuera Pedro.


Sí. Porque al parecer, no sólo era la fantasía sexual de Pedro, sino que lo había sido durante mucho tiempo.


Una parte de ella, la parte que apreciaba la bondad de Pedro y el apoyo que había supuesto para ella y para Joaquin durante todos esos años, le deseaba suerte con la que durante tantos años había sido la chica de sus sueños. 


Si algún hombre de aquel condenado pueblo se merecía ser feliz, era él.


Pero la parte más mezquina de Daniela, deseaba que Paula se largara de Joyful en cuanto aquella reunión terminara y no volviera jamás en su vida.


Al pensar en Pedro se acordó de lo que habían estado hablando en el aparcamiento. Pedro le había comentado que quería ayudar a Paula a averiguar cómo se había llevado a cabo la venta de la propiedad en la que estaban construyendo Joyful Interludes.


Miró el reloj y decidió arriesgarse a llamar a Jimbo. Si contestaba Helena, tenía cientos de excusas para justificar una llamada a aquella hora del sábado. Jimbo le había pedido que estuviera atenta a cualquier rumor que oyera sobre Paula y, desde luego, había oído más de uno.


Así que salió al pasillo, buscó una habitación más tranquila y sacó el teléfono del bolso.


Afortunadamente, no contestó Helena.


—Hola, soy yo —dijo al oír la voz de Jimbo.


—Daniela —Jimbo parecía distraído y arrastraba ligeramente la voz—. ¿Por qué me llamas a casa?


—Esta noche he oído algo que he pensado que te podría interesar —le informó rápidamente de la conversación que había mantenido con Pedro.


Jimbo permaneció en silencio durante largo rato. Después le preguntó:
—¿Pedro te ha dicho que quiere ocuparse personalmente de este asunto?.


—Sí.


Jimbo se aclaró la garganta y pareció cambiarse el teléfono de mano. Daniela esperó pacientemente mientras le oía hablar con alguien. Helena. Después, contestó en un tono completamente frío e impersonal.


—Bueno, sí, muchas gracias por haberme avisado, Dan.
Oh, genial, así que utilizaba el nombre de su padre para esconder su aventura. Dios santo, a su padre le. daría un ataque al corazón si se enterara de lo que estaba pasando.


—De nada —le dijo.


Se pasó después la mano por los ojos con un gesto de cansancio, preguntándose por qué continuaría castigándose de aquella manera. Colgó el teléfono, sintiendo de repente que se desvanecía toda la felicidad de la noche.


Mientras guardaba el teléfono en el bolso, pensó en la posibilidad de irse a casa. Podía ver una película con Joaquin. 


En aquel momento, le parecía mucho más apetecible que seguir reunida con un puñado de cotillas que apenas habían cambiado desde que habían salido del instituto. O que volver a bailar con Francisco Willis, que no la había dejado en paz durante toda la noche.


Sin embargo, antes de que hubiera tomado la decisión de marcharse, llegó alguien caminando con paso firme desde la puerta de la piscina. Daniela se quedó paralizada al ver a Paula Lina Chaves dirigiéndose decidida hacia el salón en el que se celebraba la cena.


Y justo entonces, decidió quedarse. Porque tuvo la sensación de que las cosas volvían a ponerse interesantes



****


Pedro no se había llevado a Paula afuera con intención de contarle lo que se rumoreaba de ella. Él pretendía hacer de barrera, al igual que había estado haciendo Clara, entre ella y cualquier estúpido capaz de creerse aquellas ridículas historias. Y cuando había visto las miradas asesinas que Clara le dirigía a Melanie Forysthe, otra de las mujeres que estaban sentadas a su mesa, había imaginado que había llegado el momento de intervenir.


Al principio lo había intentado con el baile. Un baile distraería a la gente y alejaría a Paula de la línea de luego. Pero cuando ella le había pedido que salieran, le había parecido una buena solución.


Se suponía que tenían que salir a la piscina para que Paula pudiera refrescarse, no para que se enredaran en una conversación demasiado íntima y personal.


Sin embargo, había sido precisamente eso lo que había pasado. Por un instante, Pedro se había olvidado de todas las decisiones que había tomado la noche anterior, cuando se había propuesto mantenerse al margen de la vida de Paula.



Todavía no podía creer lo que le había pasado con el trabajo. 


Ni la facilidad con la que le había hablado de lo ocurrido. 


Toda su vida hecha añicos y ella se dedicaba a bromear sobre métodos de control de natalidad.


Control de natalidad. No le gustaba el giro que habían dado sus pensamientos a partir de aquel momento. Apenas había podido contener las ganas de abrazarla y besar la risa que salía de aquellos labios. De decirle que lo mandara todo al infierno, de representar una vez más el papel de héroe, de darle el consuelo que necesitaba y disfrutar de ella todo lo que pudiera.


Sin embargo, Paula no parecía necesitar ningún consuelo. 


De hecho, parecía tener perfectamente controlada la situación. Hasta el punto de que, cuando le había exigido que le dijera la verdad, él no había tenido más remedio que hacerlo.


Le había contado todo.


No estaba seguro de qué podía esperar a continuación. 


¿Lágrimas? ¿Furia? ¿Una risa histérica? ¿Las tres cosas, quizá?


Lo único que no esperaba era la que al final había sido la reacción de Paula. Silencio. Un largo silencio acompañado de unos ojos desorbitados y una expresión de absoluta estupefacción.


—¿Estás bien? —le había preguntado Pedro—. Sólo son rumores, se acallarán con el tiempo.


Paula no había dicho una sola palabra. Había dado media vuelta y se había dirigido con paso firme hacia el salón. Y, tras un segundo de consideración, Pedro comprendió exactamente lo que estaba a punto de hacer.


—¡Paula! —la llamó sin estar muy seguro de si debería hacerla cambiar de opinión o decirle que adelante.


—¿Qué pasa?


Daniela salió entonces de la sala desde la que había hecho la llamada y se volvió hacia él mientras Paula desaparecía en el interior del salón.


—Le he contado los rumores que corrían sobre ella.


Daniela soltó un silbido.


—¿Y va a hacer lo que me estoy imaginando que va a hacer?


—Me temo que sí.


—Eso tengo que verlo.


Los dos entraron en el salón. La fiesta todavía estaba en pleno apogeo. Pedro buscó inmediatamente entre la multitud el pelo rubio y el vestido rojo de Paula.


A esas alturas, todo el mundo había terminado de cenar y comenzaban a correr las copas. Sonaba por los altavoces música de los noventa y un puñado de gente bailaba en la pista de baile.


En una esquina del salón, Chuck Stubbins estaba posando para una fotografía con antiguos compañeros del equipo de fútbol, todos ellos intentando parecer jóvenes y fuertes y ocultar tanto los treinta años como la incipiente calvicie. En otra esquina del salón, Gloria Gilmore, antigua delegada de clase, manipulaba un proyector para mostrar imágenes de los viejos tiempos en una enorme pantalla. Parecía querer recordar a todo el mundo que, por si lo habían olvidado, hacía tiempo que habían dejado de ser aquellos jóvenes felices y despreocupados de las fotografías.


Cerca de ella estaba Sue Ann Tillman Todd. En una de las fotografías, aparecía tras haber sido elegida como la candidata a tener más éxito en la vida. Teniendo en cuenta que en aquel momento parecía estar encantada contando detalles de su sentencia de divorcio, con la que había conseguido arruinar a su marido, que trabajaba como dentista, Pedro supuso que realmente había conseguido triunfar.


Continuó recorriendo la habitación con la mirada. Una antigua animadora, que no parecía capaz de mantenerse erguida sin ayuda, se tambaleaba subida a una silla. Había tomado dos puñados de flores, evidentemente, del centro de mesa, y los sacudía como si fueran pompones. A su alrededor esperaba un grupo de antiguos deportistas, todos ellos dispuestos a sujetarla en el caso de que cayera.


Y entonces la vio. Justo en medio de aquella locura, Paula caminaba decidida hacia el pinchadiscos. Cuando llegó a su lado, intercambió algunas palabras con él y tomó el micrófono.


—Perdonadme un momento, me gustaría deciros algo.


Pedro cerró los ojos un instante y tomó aire, compadeciendo casi a sus antiguos compañeros de promoción. Porque estaban a punto de ser víctimas de la venganza de Paula.


—Siento interrumpir la música —dijo Paula, dirigiéndole una dulce sonrisa al pinchadiscos, que parecía dispuesto a arrodillarse frente a ella.


Pedro, que también había sido merecedor de sus sonrisas, le comprendía perfectamente.


La habitación fue quedándose poco a poco en silencio. Las conversaciones cesaron, las risas se interrumpieron y los pocos que todavía continuaban comiendo dejaron los cubiertos en el plato. Al final, el único sonido que se oyó en la habitación fue el siseo mecánico del proyector que continuaba mostrando fotografías en blanco y negro.


Casualmente, la fotografía que en aquel momento proyectaba era la de Paula Lina Chaves, elegida por aquel entonces como la chica más encantadora del grupo.


—Sólo quería que supierais lo emocionada que estoy por haber vuelto a Joyful —dijo Paula por el micrófono, con una voz inmensamente dulce, teñida por un ligero acento sureño—. Realmente, mi vida ha cambiado mucho desde que vivía aquí, pero os aseguro que ha sido muy divertido volver a veros a todos —recorrió a los invitados con la mirada—. Porque la amistad, la bondad, y la amabilidad de este lugar son cosas que casi había olvidado durante mis viajes y variadas experiencias.


Pedro oyó un murmullo a su lado, seguido de una risa.


—Siempre he recordado la generosidad de espíritu, la honestidad, la hospitalidad y la bondad de este lugar.


A su lado, Daniela dejó escapar un sonido burlón. Pedro desvió la mirada hacia ella y advirtió una sonrisa en la comisura de sus labios. Daniela sabía lo que se proponía Paula y estaba disfrutando de lo lindo. Si una cosa tenía que reconocerle a su ex cuñada, era que reconocía el derecho de todo el mundo a la venganza.


—Dios mío, en este pueblo, todo el mundo parece querer a todo el mundo —Paula miró a Melanie, la mujer a la que Clara había fulminado con la mirada durante la cena—. Y, sobre todo, todo el mundo parece dispuesto a perdonar. Quién iba a imaginar, por ejemplo, que Melanie terminaría casándose con Charlie después de lo que le hiciste cuando fuiste a Florida durante las vacaciones de Semana Santa en el último año de instituto.


Melanie palideció. Su marido, que estaba a su lado, abrió los ojos como platos. Paula no se dio por enterada.


—Y, Dios mío, Kevin O'Leary, quién iba a pensar que podrías llegar a ser concejal del Ayuntamiento a pesar de que copiabas a todo el mundo durante los exámenes de álgebra.


Kevin se puso rojo como la grana y disimuló su embarazo con un trago de cerveza.


—Después estás tú, Jasón Michaels. Es maravilloso que al final encontraras una chica con la que casarte. Estabas muy preocupado porque todas tus ex novias solían hablar de tu —bajó la voz y le susurró al micrófono—: súper talla.


Un par de hombres se echaron a reír. Todos los demás permanecieron en silencio. A su lado, Pedro oyó suspirar a Daniela.


—Supongo que no puedo atreverme a imaginar que voy a tener oportunidad de escapar a esto.


—Probablemente no —respondió Pedro.


Se alegraba de que su ex cuñada pareciera estar tomándose con deportividad la intervención de Paula. A diferencia de todos los demás, que continuaban mirándola entre temerosos y confundidos.


—Y Courtney Zimmerman. ¿Sabes? Me maravilla que Marie Fox y tú continuéis siendo amigas después de que ella le contara a todo el mundo que te habías acostado con quince chicos el verano anterior al último año de instituto —dijo Paula, sonriendo a una rubia vestida de azul que estaba al lado de otra rubia vestida de negro.


Las dos se miraron y comenzaron a discutir entre susurros hasta que el marido de una de ellas se acercó para apartar a su esposa.


La sonrisa de Paula desapareció lentamente, como si estuviera perdiendo la energía para continuar con aquel discurso tan poco propio de ella. Miró a todo el mundo y sacudió la cabeza con expresión de disgusto.


—No es agradable, ¿verdad? No es divertido. Los rumores y los cotilleos no tienen ninguna gracia —después, soltó un sonido burlón—. Tampoco las mentiras.


Se apartó del pinchadiscos y parecía a punto de devolverle el micrófono. Pedro creyó sentir un suspiro colectivo de alivio de aquella multitud que, seguramente, no tardaría en comenzar a despellejarse, pero que, de momento, permanecía en silencio.


Pero Paula no había terminado. Antes de renunciar al micrófono, se volvió de nuevo hacia sus antiguos compañeros.


—Y, por cierto, por si a alguno le interesa saber la verdad, soy analista financiera y agente de bolsa. He estado trabajando durante cinco años para una importante firma de Manhattan —rió suavemente—. Y no soy responsable de esa monstruosidad de edificio que van a construir en un terreno que yo pensaba era mío hasta que llegué al pueblo. Y podéis creerme, si puedo hacer algo para evitar que la obra siga adelante, lo haré.


Todo el mundo parecía estar conteniendo la respiración, anticipando el próximo golpe.


—No he visto una película X en mi vida y, por supuesto, tampoco he actuado en ninguna.


Todo el mundo empezó entonces a reír, a toser o a susurrar en respuesta a sus palabras.


Paula les dirigió una mirada compasiva antes de añadir:
—Sólo me he acostado con tres hombres en mi vida, uno de los cuales, por cierto, está en esta habitación, como todos vosotros sabéis, puesto que me visteis desnuda la noche del baile del instituto.


En ese momento, todas las miradas se volvieron hacia Pedro.


Pero a pesar de su incomodidad, una parte de sí mismo estaba deseando cantar de alegría después de que Paula hubiera admitido su poco ajetreada vida sexual.


—Y si queréis saber con quién me estoy acostando ahora —continuó—, pues la verdad es que, francamente, no creo que sea asunto de nadie.


Entonces, y sólo entonces, devolvió el micrófono.


Todo el mundo permaneció en silencio, paralizado, siguiéndola con la mirada mientras cruzaba desafiante la pista de baile, preparada para enfrentarse a cualquiera que se atreviera a acercarse a ella. Probablemente Clara habría sido la única capaz de hacerlo, pero su amiga estaba en aquel momento junto a su marido, tan estupefacta como todos los demás.


Pedro estuvo a punto de acercarse a ella, de agarrarla de la mano y sacarla de aquel lugar, quisiera ella o no.


Pero de repente, el silencio fue roto por un sonido penetrante.


Un aplauso. Y después otro. Todo el mundo se volvió hacia la puerta para ver quién se atrevía a aplaudir la indignante actuación de Paula.


Al principio Pedro no pudo verlo, la gente se lo impedía. Pero una décima de segundo antes de ver al hombre que aplaudía lentamente a Paula, oyó el grito ahogado de Daniela.


Aquel grito y la sensación de indefectibilidad que lo invadía le anunciaron casi inmediatamente a quién iba a ver.


Y no se equivocó.


Era su hermano Nico










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